"-Y un país que hasta entonces era suficiente para alimentar a los suyos, será pequeño e insuficiente; ¿o cómo decirlo?
De ese modo contestó.
Por consiguiente, nosotros debemos tomar del territorio de los vecinos, si hemos de tener suficiente tierra para el pastoreo y para el cultivo, ¿y ellos, a su vez, de nuestro territorio, si nos dejan atrás en la ilimitada ansia de la posesión de las riquezas, después de haber franqueado los límites de lo necesario?
-Es necesario en extremo que así ocurra, Sócrates contestó.
- Luego, según eso, Glaucón, ¿haremos la guerra?, ¿o como será?
- Así es, en efecto afirmó.
- Y no digamos aún dije yo ni si es un mal, ni si es un bien el que se produzca la guerra, sino solamente que hemos hallado el origen de la guerra y que se producen por esas pasiones inmensos males para los Estados y los particulares, cuando ella llega a producirse.
- Absolutamente cierto.
- Desde luego, amigo mío, hace falta un Estado más grande y no de modo moderado, sino para formar un ejército que pueda emprender una completa campaña, el cual, después de haber traspasado las fronteras en defensa de todos sus propios bienes, combata también contra los invasores por lo que antes decíamos.
-¿Pero qué? dijo él; los ciudadanos ¿no son capaces?
- No, si tú, dije yo, y todos nosotros estuvimos de perfecto acuerdo, cuando formábamos el Estado; estuvimos, en efecto, de acuerdo, si te acuerdas de ello, en que era imposible que uno realizara bien muchos oficios.
-Dices verdad afirmo.
-Por lo tanto, ¿qué? dije yo; ¿no te parece que la lucha de una guerra es un oficio?
- Sí, verdaderamente contestó.
- Por consiguiente, ¿exige más solicitud el oficio del zapatero que el de la guerra?
- De ninguna manera."
(Platón: La República, II, xiv)
"Hubiera querido una patria disuadida, por una feliz impotencia, del feroz espíritu de conquista, y a cubierto, por una posición todavía más afortunada, del temor de poder ser ella misma la conquista de otro Estado; una ciudad libre colocada entre varios pueblos que no tuvieran interés en invadirla, sino, al contrario, que cada uno lo tuviese en impedir a los demás que la invadieran; una república, en fin, que no despertara la ambición de sus vecinos y que pudiese fundadamente contar con su ayuda en caso necesario. Síguese de esto que, en tan feliz situación, nada habría de temer sino de sí misma, y que si sus ciudadanos se hubieran ejercitado en el uso de las armas, hubiese sido más bien para mantener en ellos ese ardor guerrero y ese firme valor que tan bien sientan a la libertad y que alimentan su gusto, que por la necesidad de proveer a su propia defensa."
(J.-J. Rousseau: Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres)
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