viernes, 13 de mayo de 2022

Viajes por Europa en el siglo XVII

 Los romanos construyeron carreteras empedradas o al menos con varias capas de tierra compactada, cuidadas, que unían las principales ciudades del Imperio. Algunas aún están en uso.

Anteriormente, en Mesopotamia, las vías tenían postas para descansar y alimentarse. 

Los viajes eran largos, a merced del tiempo y los encuentros no deseados, pero eran relativamente seguros.

Entre mil quinientos y tres mil años más tarde, las condiciones de los viajeros habían cambiado. Y no para bien.

Una vez que hubo escapado de la isla desierta en la que vivió abandonado durante casi treinta años, Robinson Crusoe regresó a Lisboa para poner en orden sus bienes desatendidos durante tantos años. De allí tuvo que viajar a Londres de dónde era originario. El final del libro de Daniel Defoe ofrece una desgarrada descripción de un largo recorrido por Europa.

Estamos a finales del siglo XVII. Un viaje de Lisboa a Londres se realizaba habitualmente por mar. Robinson Crusoe compró pasaje en dos ocasiones, pero renunció al último momento. La fortuna le protegió. La primera nave fue tomada por unos piratas beréberes, la segunda se hundió durante una tormenta. Estas situaciones, empero, no eran excepcionales. Robinson Crusoe se alegró de no haber emprendido el viaje por mar. Pero no se sorprendió del trágico final de ambas naves.

Solo quedaba la ruta por tierra. Pero no habían rutas sino sólo caminos . Hace milenios que Roma había desaparecido. Un viaje por Europa -que necesitaba de cortos trayectos por mar, incluso, bordeando la costa- requería la formación de un grupo de viajeros fuertemente  armados y a caballo, acompañados de sirvientes o esclavos, y de guías. Los viajes más allá de la península ibérica exigían el cruce por los Pirineos, nevados durante gran parte del año ( el siglo XVII fue particularmente frío). A menudo el tránsito, desde Pamplona, era imposible. Solo cabía bordear la cordillera hasta el mediterráneo, habitualmente libre de nieve, y seguir hacia Toulouse. El viaje proseguiría por mar hasta Burdeos, por tierra hasta París y de allí hasta Caláis para cruzar el canal de La Mancha.

Los caminos eran inseguros, pero el mayor peligro no lo causaban los salteadores de caminos, sino las manadas de lobos y los osos, sobre todo en invierno, cuando, hambrientos, atacaban sobre todo a los caballos. Ataques de unos trescientos lobos no eran excepcionales, hasta en el interior de los pueblos, contra animales domésticos e incluso humanos,  en los que las batidas debían ser constantes. 

Europa estaba cubierta de bosques. Los caminos estaban a merced de las fieras. Las postas solo se encontraban en pueblos y ciudades, distantes entre sí. 

No todos los viajes llegaban a su destino.

Europa era un conjunto de ciudades y aldeas aisladas, y los viajes de largo recorrido muy poco habituales. 

Apenas trescientos años más tarde, añoramos inconscientemente a veces la aventura, porque sabemos que la vida no corre peligro.










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