jueves, 22 de diciembre de 2022

Teoría y práctica (política urbana)

 Cuando se suele decir que todo arte es político quizá se quiera expresar que cualquier obra de arte está influida por el entorno. Se la potencia o se la censura por los posibles efectos que aquélla pueda ejercer, se supone, en el ánimo de los ciudadanos, quienes, alterados, exaltados o coartados pueden reaccionar de tal modo que “socaven” el orden público. El papel de los gobernantes, por tanto, debe centrarse en controlar la producción artística -las ideas o conceptos vehiculares os, la manera como se expone, los debates que suscita- a fin que la vida de la comunidad no se altere. Es cierto que no se puede prever a fe cierta si una obra ( de arte o arquitectónica) va a ser perturbadora, obscena, molesta o indignante, y que cualquier juicio a priori es un prejuicio, pero todo gobernante debe vigilar y tomar medidas en previsiones de males mayores, aquí, en China o en Afganistán.

Los gobernantes (los que regulan la vida de la polis o la comunidad, los políticos, en suma) se apoyan en los servidores públicos o funcionarios. Éstos deben pasar por una serie de pruebas y poseer conocimientos y competencias antes de poder ejecutar las decisiones de los gobernantes. Para poder atender al público es necesario prepararse.

Un gobernante no requiere someterse a estas pruebas ni tener conocimientos ni competencias. Se le exige, se le supone, o supone que tenga o debe tener don de mando y la capacidad de imponerse. Los funcionarios son sus agentes, quienes tienen que actuar a sus dictados y ejecutar sus órdenes. Los políticos son o se supone que son, consideran que son visionarios. Los funcionarios, en cambio, perciben las finalidades y  las consecuencias de las visiones de los políticos.

Puede ocurrir que los funcionarios, capacitados y competentes, descubran y sean  conscientes de la incompetencia, la incultura o la ignorancia de un cargo político. Pueden cumplir órdenes a ciegas, o pueden intentar corregir ciertas decisiones, hacer ver al menos qué consecuencias acarrean aquéllas. Un funcionario plasma una decisión política, valorando qué implica tal ejecución, y tratando de evitar funestas consecuencias, lo que puede llevar a exponer los males que una decisión que saben es errónea causará.

La reacción de un gobernante puede ser diversa: puede escuchar, asentir o discutir francamente, puede exigir, con buenos o malos modos, la ejecución de su plan, puede mandar ejecutar a quien plante dudas valiente y coherentemente sobre la ejecución, o puede destituir al funcionario, suplantándole por un funcionario más acobardado, dócil o despreocupado, o por un cargo público que no se interponga a la ejecución de proyectos considerados absurdos o irreales.

En la Grecia clásica, los cargos públicos o políticos eran de corta duración, entre un año y un día y noche; dichos cargos no eran renovables. Los cargos funcionariales eran de largo alcance. De este modo, el funcionamiento de la ciudad no se veía perturbado por el talante, las  decisiones o las ambiciones de algunos políticos. Los políticos podían ser destituidos, no así los funcionarios (siempre que cumplieran con la ley). 

La política en la Grecia antigua (en Atenas en época clásica, sobre todo) no era perfecta, pero al menos había logrado domar ciertos hechos que son comunes en las dictaduras, tanto teocráticas como laicas, falsamente laicas, marcadas por el culto al líder político), en las que las destituciones, los indultos, el maltrato psicológico es el pan de cada día, con el reguero de depresiones y bajas que dejan (hoy ya no es imprescindible ejecutar físicamente a un subordinado). También ocurre comúnmente en ciertos ayuntamientos.

Barcelona, 22 de diciembre de 2022


Podríamos leer la historia del arquitecto (el agrimensor) y el dueño del castillo que Kafka narra en El castillo 


PS: Alemania no desapareció tras la Segunda Guerra Mundial porque los vencedores no desmantelaron el equipo de funcionarios que mantuvieron el país. En Iraq, en 2003, se actuó de manera muy distinta. Veinte años más tardes, sabemos el precio que se paga en el país y fuera.

Aunque la adenda peque, sin duda, de ingenuidad, sorprende que quienes se oponen a la violencia de género torturen psicológicamente a sus congéneres. 


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