domingo, 26 de diciembre de 2021

ESTEBAN

 




Stephoo, en griego, significa rodear, enrollar, por ejemplo, una cuerda o una rama flexible, así de laurel. Por tanto, stephoo también se traduce por coronar.

El griego stephanos significa coronado o uncido: ente o ser sobre cuya testa se ha depositado una corona, o se ha vertido una libación, de aceite.

Esteban es el Uncido o el Coronado.

Figura histórica o legendaria, de la que sólo los Hechos de los Apóstoles (6, 7), Esteban, posiblemente un judío helenizado, murió lapidado por haber sostenido que Jesús no fue un judío herético, sino que cumplió la promesa de Moisés de guiar al pueblo elegido ( es decir por defender que Jesús era judío y no un hereje, un cristiano), y que como todo judío desconfió de las representaciones divinas hechas por el hombre. Así, la legitimidad del Templo de Jerusalén se fundaba que no era la obra de un arquitecto sino del mismo Arquitecto Divino:

“el Dios altísimo no vive en templos hechos por la mano de los hombres. 

Como dijo el profeta: “El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies.

¿Qué clase de casa me construirán?, dice el Señor: ¿cuál será mi lugar de descanso, si yo mismo hice todas esas cosas?”” (HA, 7)


Nota: Entre las reliquias más apreciadas, aparecida en el siglo XV, una de las piedras con las que Esteban fue lapidado.








TANSY DAVIES (1973): SPIRAL HOUSE (2004)


 


https://soundcloud.com/marco-blaauw/tansy-davies-spiral-house



Sobre esta destacada compositora inglesa, véanse su página web: 


https://tansydavies.com/, y este  enlace: 


https://brahms.ircam.fr/works/work/44777/





El origen del retrato








 A diferencia de los dioses páganos que se disfrazaban de seres terrenales, humanos o animales, pero que no lo eran -eran seres invisibles sin forma (conocida), puro éter- el dios cristiano sí poseyó una forma humana propia -que llevó consigo cuando ascendió a los cielos. En tanto que humano podía ser retratado, y los retratos daban cuenta de quién era. Por el contrario, los dioses páganos solo podían ser simbolizados a través de seres que poco tenían que ver con su naturaleza divina. En sí, los dioses páganos eran invisibles y, por tanto, irrepresentables sin un disfraz que los visualizara, un disfraz que no los escondía sino que los exponía, sin que su rostro propio -si es que tenían un rostro- se descubriera tras la máscara adoptada.

Mas, para que el retrato del dios cristiano fuera un verdadero retrato que diera cuenta del rostro divino -o, mejor dicho, de su persona o personalidad humana-, era necesario que el dios cristiano hubiera posado ante un pintor o se hubiera autorretratado. Ambos retratos modélicos acontecieron. Jesús produjo mágicamente varios autorretratos, imprimiendo su rostro directamente sobre una tela, y posó, recién nacido, con su madre, un veinticinco o un veintiséis de diciembre, ante el evangelista Lucas (nombre que significa Luz). Lucas, experimentado pintor -es el patrón de los pintores- realizó un retrato convincente de María y Jesús aún en pañales.

Ambos tipos de imágenes, retrato por Lucas y autorretrato (el velo de la Verónica), se convirtieron en retratos modélicos, paradigmáticos, que todos los pintores tuvieron que copiar  cuando tuvieron que realizar imágenes religiosas que mostraran el verdejo rostro de la divinidad. 

Fue en Bizancio, a partir del siglo VIII, cuando se difundió la copia de los retratos realizados en vida de la divinidad cristiana. Ésta ya no estaba presente en la tierra. Cabía dudar de su existencia, si no fuera por las huellas impresas y pintadas que quedaban de su vida terrenal. 

Pero, dichas imágenes mostraban a un ser humano: ¿daban realmente cuenta de una divinidad? La lucha entre defensores y opositores acerca de la capacidad de la pintura de ser un testimonio veraz de la existencia de una divinidad entre los hombres, que se desató en Bizancio, alcanzó niveles de crueldad, pero también de finura teológica, difícilmente concebibles. Por un lado, se destruían imágenes (iconos, frescos, estatuas, mosaicos) y se asesinaban a pintores, y por otro se debatía con hondura acerca de la incomprensible doble naturaleza, humana y divina, encapsulada en un cuerpo humano, del dios cristiano, y de la capacidad de las imágenes de reproducir un rostro humano que no dejara de lado la naturaleza divina del retratado. El hecho que la divinidad cristiano hubiera asumido una forma humana y todas las limitaciones y condiciones de un ser humano, desde el nacimiento hasta la muerte, impedía creer que la divinidad hubiera tenido una doble vida, humana y divina, y que las penalidades que sufrió como humano hubieran sido simuladas y no le hubieran afectado, que la agonía en la cruz hubiera sido una larga representación teatral. Por tanto, si la naturaleza o condición divina estaba íntimamente asociada a la humana, la imagen de ésta debía remitir o aludir a la divina, por lo cual un retrato no hubiera reflejado solo la personalidad humana del dios cristiano, sino que también  hubiera evocado su condición sobrenatural.

Pero quienes destruían las imágenes, sostenían, por el contrario, que una imagen solo reproduce lo visible y, que, por tanto, ofrece una imagen distorsionada, escindida y, en fin, falsa, de la doble naturaleza del dios cristino, dando a entender, y haciendo creer que el dios cristiano era un falso dios, que solo había sido un ser humano. 

Fue la existencia de testimonios pintados o producidos en vida de la divinidad, cuidadosamente reproducidos desde entonces, la que permitió salvar la pintura como un medio para llegar hasta la divinidad. Si ésta había aceptado posar y dejar huellas impresas en la tierra, era porque aceptaba a la pintura como un testimonio válido de su vida terrenal. 

El cuestionamiento de los retratos no concluyó en Bizancio. El protestantismo, en el siglo XVI, asustado por el renacido poder de las imágenes, les declaró la guerra. Otras culturas, hasta hoy en día, han seguido con la guerra contra la supuesta capacidad del retrato de reflejar la apariencia y la esencia de las cosas y los seres.

Pero si en Bizancio, en el siglo VIII, no se hubiera forjado o divulgado las leyendas del velo de la Verónica y del primer retrato pintado de la Virgen y El Niño, por el imaginado evangelista Lucas, el retrato hubiera desaparecido y la pintura hubiera quedado relegada a una función secundaria decorativa.

La supervivencia del arte bien valía la invención de un par de hermosas y misteriosas leyendas. 



 





sábado, 25 de diciembre de 2021

ANNA MALAGRIDA (1970): VITRINES (ESCAPARATES, 2021)

















 

Escaparates cegados con paneles de madera temiendo robos y actos vandálicos en el Paris de 2021.
Escaparates negados: su función es la de ofrecer un “escaparate” de productos expuestos a la vista y al deseo; una frontera transparente -pero infranqueable- que pone ante la vista -pero no al sentido del tacto- objetos que adquieren casi el estatuto de ofrendas religiosas, de reliquias: entes valiosos e intocables, que atraen, hacen soñar y despiertan pasiones, pero que no se pueden profanar. Se hallan en otro mundo, al que solo se llega con la vista, que se descubre como en una aparición. De pronto, se descorre una cortina que revela un universo mágico poblado de entes luminosos que nunca podrán ser familiares, un mundo de ensueño que atrae todas las miradas.
Y de súbito, cae un telón que ciega la esperanza de escapar al mundo profano. La realidad se impone.

La artista expone hoy en una galería de París:






viernes, 24 de diciembre de 2021

La nueva Babilonia

 

Martín Lewis (1881-1962): Building a Babylon, 1929




Samuel L. Margolies (1879-1974): Bridge to Babylon, 1949 & Builders of Babylon, 1937


La comparación entre Nueva York y Babilonia es un lugar común desde al menos John dos Passos, en la novela Manhattan Transfer, y Poeta en Nueva York, de Federico García  Lorca, ambos textos de mediados o finales de los años 20.



Quizá sean hoy mucho menos conocidos los grabadores Margolies y Lewis -que trabajó  para Hooper e influyó decisivamente en las representaciones arquitectónicas y urbanas del pintor norteamericano, hoy mucho más conocido que su ayudante y sin embargo maestro- quienes, en espléndidos grabados, visualizaron la decidida construcción de la nueva Babilonia, y forjaron el imaginario urbano moderno.

jueves, 23 de diciembre de 2021

GERALD KENNETH GEERLINGS (1897–1998): THE JEWELLED CITY (LA CIUDAD ENJOYADA, 1931)













Algunos historiadores del arte y directores de museos repiten hoy un mantra: se tienen que escribir nuevos "relatos" -una palabra de moda- que incorporen artistas y obras, casi siempre de países considerados "provincianos", olvidados o ninguneados, y géneros artísticos desechados, a fin de ofrecer una historia del arte (casi siempre de los siglos XX y XXI) más completa, matizada y compleja, si bien principalmente occidental. La "narración" buscada y escrita silencia, esta vez tanto a artistas excesivamente citados como creaciones que no responden a los fines perseguidos. Los "relatos" suelen preceder a la selección de obras.

Esta concepción de la historia que hurga en os márgenes -siendo el margen el espacio apenas explorado, o en el que el artista se ha apartado y recluido voluntariamente, y de cuya oscuridad se le extrae- pone al descubierto obras y artistas fascinantes, interesantes, curiosos, o prescindibles, según el filtro con el que la "narrativa" se ha escrito.

Un artista que sigue desaparecido es el arquitecto, dibujante y grabador norteamericano Gerald Geerlings, pese -o quizá debido a -a la fama  que gozó en los años treinta. Fue un excelente y culto (viajaba regularmente a Europa)  retratista de las nuevas y pujantes babilonias que se estaban erigiendo en las metrópolis americanas. Sus grabados, en blanco y negro -el más célebre del cual lleva por titulo The Jewelled City, y fue premiado y ávidamente coleccionado-, muestran cinematográficos rascacielos convertidos en afilados riscos sin ventanas que dominan calles amilanadas por las que nadie circula. Solo cuenta la vertiginosa altura de los edificios que parecen querer rajar o morder un cielo uniforme, monótonamente gris, tan solo punteado por luces artificiales. Quizá el estudio de la ciudad norteamericana ganaría si atendiera a estas inquietantes viñetas.


Nota: 

La Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia, donde Geerlings se graduó como arquitecto, preserva la mayoría de sus archivos: 

https://www.design.upenn.edu/architectural-archives/gerald-kenneth-geerlings-collection-078


 

El primer pesebre

Giovanni Fidanza (1218-1274) que adoptó el nombre de Bonaventura, fue un místico franciscano italiano (muerto en la ciudad francesa de Lión) que llegó al cardenalicio. 

Escribió una biografía del fundador de su orden Francisco de Asís (1181-1226), titulada Legenda Maior. En ésta (10, 7), narra una escena devenida célebre: la instauración del primer pesebre de la historia, en 1222, con figuras (personas y animales) reales y otras de las que nada se sabe (fetiches o personas). 

Del mismo modo que la figura del niño Jesús no puede colocarse en el pesebre antes de la Nochebuena,  el lecho del belén viviente de Francisco de Asís estaba vacío, si bien, en la visión de un asistente, el recién nacido apareció acunado y en los brazos del santo:   


"Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.

Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.

Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.

El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem».

Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño. 

Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración."

El belén municipal de Barcelona da qué hablar cada año, entre disputas escasamente teológicas entre "druidistas" y católicos. No sé si se conoce públicamente la mezcla de realidad y ficción, de realidad y sueño, de espectáculo y de visión, de ritual y teatro, que envuelve el primer pesebre de la historia