jueves, 5 de mayo de 2016
ARTHUR FELLIG (WEEGEE, 1899-1968): BOWERY (NUEVA YORK, AÑOS 30 y 40)
Agosto de 1990. Inicio de una estancia becada en Nueva York hasta principios del año siguiente, precedida de un mes de vacaciones estivales. Alquiler de un "loft", aconsejado por amigos, que lo subalquilaban a la dueña que ya no vivía en Nueva York. Se trataba del piso, convertido en almacén, que la fotógrafa Nan Goldin poseía, célebre ya porque había constituido el escenario de los retratos de su vida y sus amigos, "yonquis" y "maltratadores" en ocasiones (o a menudo), que formaban parte de la serie fotográfica, hoy "mítica", Balada de la Dependencia Sexual, creada en los años 80.
El mito aun no se percibía. O no como uno se imaginaba. Se hallaba en la avenida de Bowery, al final de la tercera avenida, en el sur de Manhattan. El piso se hallaba en un bloque de cinco pisos desconchados, varios de cuyos apartamentos estaban ocupados por artistas españoles. En frente, tras cruzar la avenida demasiado ancha, el diminuto local de música CBGB, cuyas paredes estaban forradas de periodicos, pintadas y "grafitis·, en el que, diez o quince años antes se habían formado los Ramones, Television y Blondie, y un albergue del Ejército de Salvación. Al lado de la casa, un terreno baldío entre medianeras de ladrillos pardos, invadido de hierbajos, ante el cual, de noche, sin-hogar dormían sobre sucios colchones en la acera que ratas descomunales sorteaban, entre detenidos, de pie, brazos en alto contra las fachadas circundantes, apuntados por potentes focos de la policía que organizaba batidas al caer la noche.
Era conveniente no comprar nada en el estrecho colmado junto a la puerta de entrada.
Se trataba de un tercer piso. Ventilaba solo por la puerta de entrada ya que las únicas ventanas, en la fachada posterior que daba a un patinejo, no abrían -lo cual no era ningún mal ya que una grasienta escalera metálica de emergencia cruzaba ante ellas. La ducha y el sanitario, a la derecha de la entrada, cerca de la cocina americana, sin separación alguna. Suelo negruzco y pegajoso, muros pintados quizá en el siglo XIX, muebles sacados de contenedores, pulgas en el colchón de matrimonio tirado en el suelo, tiras de matamoscas colgadas por doquier que ya no servían para nada tal era la densidad de insectos muertos, un gato enloquecido y hambriento, una rata muerta debajo de la mesa, y un piano desafinado. Aguantamos un mes.
Pero el barrio de Bowery había sido, en los años treinta y cuarenta, una área de cabarets y locales nocturnos con enanos, chicas desnudas y matones, a menudo escenarios de crímenes cuya crudeza y cuya magia espeluznante y desolada, casi poética, el fotógrafo aficionado húngaro Fellig supo retratar mejor y antes que nadie. Sus imágenes se publicaban en pocas horas en los diarios de mayor tirada. Nueva York, el barrio y la calle de Bowery en particular, solo aparecía como un telón de fondo. Lo que contaba era la vida y la muerte, dura, apasionada e inmisericorde que se desenvolvía casi siempre en la calle, o en locales cuyos interiores atestados se descubrían desde la calle.
Hoy, una exposición en el Centro Internacional de Fotografía, en la ciudad de Jersey en los Estados Unidos, que se establecerá en mes que viene en la calle de ...Bowery en Nueva York, lo recuerda.
A Nuria, Encarna y Josep.
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