Fotos: tocho, mayo de 2016
Montaje de la exposición: Galia Solomonoff
Agradecimientos a María Rubert de Ventós y a Martí Amargós
Una exposición sobre la aportación del arquitecto y paisajista brasileño Roberto Burle Marx, practicante de la religión judía, a la cultura hebrea, en el Museo Judío de Nueva York, muestra unos azulejos -poco conocidos- de los años cuarenta, y realiza, a partir de un dibujo primerizo, una lectura sugerente de los proyectos de parques, jardines y paseos de este arquitecto.
Conocedor del Antiguo Testamento, su primer proyecto de parque -privado para la propiedad de Louis Wallerstein, en Teresópolis, en 1938- remitía tanto al Edén como a un estado edénico, en el que mujeres desnudas e inocentes se relajan despreocupadamente entre estanques y árboles que las guarecen y las enmarcan, que recuerda las composiciones de bañistas de Cézanne, de la Joie de vivre de Matisse, y de las mujeres y ninfas en el bosque, desde Renoir hasta Derain, sin dejar de evocar la suerte de los primeros humanos del Génesis. El parque era el Paraíso.
Parece que Burle Marx persiguió durante toda la vida el retorno del o al Edén. Sus proyectos eran de naturaleza sagrada y anunciaban o buscaban la venida del medias y la vuelta a la tierra bendita. Desconocidos proyectos de vidrieras para una mezquita, un parque -no construido- en los Estados Unidos -el Parque nacional del río Oleta, en Miami, de 1982-, que auna la Torre de Babel y los jardines colgantes de Babilonia, y monumentos en favor de la cultura judía acentúan esta lectura sagrada del arte, en apariencia profano, del mejor paisajista de la historia.
Parece que Burle Marx persiguió durante toda la vida el retorno del o al Edén. Sus proyectos eran de naturaleza sagrada y anunciaban o buscaban la venida del medias y la vuelta a la tierra bendita. Desconocidos proyectos de vidrieras para una mezquita, un parque -no construido- en los Estados Unidos -el Parque nacional del río Oleta, en Miami, de 1982-, que auna la Torre de Babel y los jardines colgantes de Babilonia, y monumentos en favor de la cultura judía acentúan esta lectura sagrada del arte, en apariencia profano, del mejor paisajista de la historia.
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