sábado, 28 de mayo de 2016

FÉÑIX GONZÁLEZ-TORRES (1957-1996): ORPHEUS (1991)





Dos espejos verticales, de altura humana. Expuestos juntos apoyados en el suelo, contra un muro, apenas separados por unos centímetros.
De lejos se asemejan a una puerta abierta de dos vanos, partida por un parteluz, o dos puertas una al lado de la otra, que dan a una misma estancia.
También recuerdan dos sarcófagos: acogen o encuadran a las personas que se miran o se asoman a ellos.
Reflejan "otro" espacio", idéntico al espacio en el que se sitúan, pero en el que las cosas y las personas tienen otro "color", otra "entidad".
Uno se descubre, convertido en una imagen, y descubre a las cosas y las personas que no puede ver en la realidad -porque están a nuestras espaldas. Pero las descubre no como son, sino en forma de imagen, a menos que el espejo revele lo que son, como son.
Puerta o espejo. Acceso a otro mundo. Las puertas siempre conectan dos espacios distintos, y cruzarlas implica un riesgo. No se sabe hacia donde uno se dirige aunque, a primera vista, el espacio tras la puerta, que la puerta enmarca, se asemeja al espacio en el que nos hallamos. La puerta invita al tránsito, en uno y quizá el otro sentido. Pero no cruzan sin un precio que pagar.

La instalación del desaparecido Félix González-Torres -tras la muerte de su amante-, que se expone hoy en Londres, se titula Orfeo: el héroe griego que logro cruzar la última puerta, que daba acceso al Hades, el mundo de los muertos, para tratar de rescatar a su amada Eurídice, que, en apariencia, mantenía la misma imagen que tenía en vida, aunque era ahora un espectro, una figura hecha de nubes.
Una puerta frío y dura, que no se puede cruzar, salvo en sueños, cuando el sueño eterno.

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