jueves, 18 de agosto de 2016

FORENSIC ARCHITECTURE: CÁRCEL DE SAYDNAYA. (2016)

A través del recuerdo de sonidos -pasos, golpes, gritos-, de su  intensidad (desde el rumor hasta el estallido inaudible por el dolor- y de la tonalidad -secos, graves, ecos-, de su duración, etc., llegados a través de muros, puertas, techos, tuberías, desagües, ruidos provocados y conducidos intencionadamente, y comparándolos con paletas de sonidos (humanos, mecánicos), de antiguos prisioneros que sobrevivieron -y que nunca pudieron ver dónde se hallaban-, el grupo de investigación Forensic Architecture, de la escuela de arte Goldsmith de Londres (presente en la actual bienal de arquitectura de Venecia de 2016), ha sido capaz de recrear sobriamente la planta y el volumen de la cárcel Siria de Saydnaya, cerca de Damasco, con decenas de miles de prisioneros, una cámara de sonidos imposibles de olvidar que los causa, los encierra y los amplifica.






Esta entrada provoca sonrojo tras la anterior sobre el paraíso según Proust.
 










3 comentarios:

  1. Ayer me comentaba una persona la cantidad de gente que había muerto en la época de los Tudor, yo le respondí que actualmente moría tanta gente como entonces, me contestó que en Europa no... es el problema, lo que no nos ocurre no existe. Esta mañana he visto el vídeo en la página de Amnistía y ahora lo veo aquí, se lo enviaré a esta persona para que compruebe cómo a diario muere muchísima gente en todo el mundo, aunque no sea en Europa.
    Un saludo y felicidades por colgar estos documentos, ah, y Proust también tiene su espacio.
    Carmen

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  2. Supongo que la verdad está entre ambas afirmaciones. Las guerras eran incesantes antes de la época moderna y quizá aún más en la antigüedad. La historia de Asiria, del Imperio Romano, dan miedo. Proporcionalmente al número de habitantes, morían más personas por las guerras, sumadas a las condiciones higiénicas y la medicina deficientes. Me sorprende la edad de la muerte de tantos monarcas y de tantas reinas -por los psrtos- hasta épocas recientes. Raros eran los reyes que llegaban a los cuarenta años, raras las reinas que pasaban de los treinta. Impresiona que Balzac escribiera una novela titulada Una mujer de treinta años, describiéndola como una singularidad, que Flaubert describiera a Madame Bovary como casi una anciana al final de su vida -o de modo tal que uno se la imagina como una mujer muy mayor. Y, en efecto, su vida había concluido. Ya no "pintaba" nada, nada podía esperar de la vida. Había hecho, tenido todo lo esperable. Se suicidó a los veintisiete años.
    En Europa, desde luego, nunca han habido tan pocas guerras como en los últimos cincuenta años. Seguramente también ocurre en otras partes del mundo. Pero la capacidad de destrucción, hoy, es infinitamente mayor. Cuando tomaban y arrasaban ciudades antiguamente, por ejemplo, en Asiria, en verdad, la ciudad quedaba entera salvo por actos vandálicos en templos y por los incendios que destruian techos. Por eso, las ciudades se recuperaban fácilmente. Ur, Uruk, en Mesopotamia, pese a las incesantes tomas y destrucciones, siguieron durante milenios. Hoy, la artillería y las bombas desde el cielo aniquilan edificios y personas. Las destrucciones urbanas más sobrecogedoras -Dresde, Hiroshima, Nagasaki, Berlin, Rotterdam, Londres, o Aleppo, hoy- son modernas. Y la ferocidad, la crueldad, el sadismo humano, permanecen intactos. Ejecuciones en masa se han dado tanto en Mesopotamia como en Burundi en los años noventa. Y el primer exterminio sistemático de toda una población la llevo a cabo Julio César en las Galias, asesinando a millones de personas. Las Galias quedaron severamente despobladas y, posiblemente, la historia de lo que hoy es Francia, cambió para siempre, si bien nadie puede saber qué podría haber acontecido si Roma no hubiera masacrado a la población.
    Quizá podríamos haber esperado que las matanzas hubieran cesado hoy -y, ciertamente, hoy existen numerosos países en los que la pena de muerte no existe, y que reconocen a una institución supranacional como el Tribunal de La Haya- pero seguimos siendo humanos: lobos con nuestros semejantes, pese a las enseñanzas socráticas, zoroastricas, cristianas y budistas.
    Muchas gracias por sus precisiones.

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  3. Sí, totalmente de acuerdo en lo que dice (gracias por la lección de historia); tal vez si cada uno reconociéramos esa parte cruel en nosotros mismos y no la proyectáramos en los demás, en el sentido psicoanalítico del término, las cosas serían diferentes..., o tal vez no.
    Saludos, Carmen

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