sábado, 13 de agosto de 2016

MARWAN RECHMAOUI (1964): BEIRUT CAOUTCHOUC (2004)

El avión hacia Damasco, que se abría al turismo occidental, hacia escala en Beirut. Era el mes de marzo de 1995. No se podría descender. Por las ventanillas, hangares semi-derruidos y una pista agrietada por la que la hierba crecía. Hacia dos años que la devastadora guerra civil, empezada casi veinte años antes, había concluido.

Cinco años más tarde reabría el museo arqueológico nacional de Beirut. Situado en el centro de la ciudad, cruzado por la línea del frente, había quedado destruido junto con una gran parte de las colecciones -perdidas para siempre. Se podía circular por el casco antiguo: un inmenso terreno baldío, limpiado de los escombros del centro destruido (con los que se ganaría una amplia superficie al mar), y delimitado por fachadas negruzcas y ametralladas que permanecían en pie como decorados quemados sin nada detrás. Las calles cercanas estaban bordeadas por edificios reventados y abandonados. La reconstrucción estaba a punto de empezar. Las ruinas arqueológicas que afloraban debido a los obuses eran una molestia. Frenaban las obras.

El presidente libanés, al-Hariri fue asesinado en febrero de 2005. Pocos días más tarde, nuevo viaje a Beirut. El centro había estado enteramente reconstruido a imitación de un Paris decimonónico de ensueño. Pero nadie caminaba por la Corniche que bordea el mar. Por la mañana, solo tanquetas, alambradas que impedían el tráfico inexistente y militares armados hasta los dientes que patrullaban. Tiendas cerradas, protegidas con sacos de arena. Extrañamente, se podía pasear con tranquilidad. 
A pocos quilómetros, controles israelitas que ocupaban el sur del país impedían el acceso a Tiro cabe la frontera.

Beirut es una ciudad que desde la Segunda Guerra Mundial ha sido dividida, derruida, y levantada de nuevo. No sé cómo se halla desde entonces.

El artista libanés Rechmaoui creó una extensa maqueta de la ciudad en caucho (de la que existen cinco copias) un año antes del asesinato del presidente. Expuesta directamente en el suelo, sin barrera alguna, invita a los visitantes a que caminen sobre ella. Pocos se atreven. Una historiadora comentaba recientemente la extrañeza, la incomodidad ética que no física que causaba pisar la maqueta, una impresión muy distinta a la que se siente cuando se camina sobre una alfombra. Las imágenes de destrucción, que el color negro acentúan, junto con la dificultad real y moral de andar sobre la pieza, están presentes. Pero el caucho obra el milagro. La obra se desgasta pero recupera su forma. Las pisadas quedan inscritas y van ensuciando la maqueta pero ésta se repone y no deja de estar entera, mancillada pero presente.

La Tate Modern expone hoy Beirut Caoutchouc. Una obra que quizá dé qué pensar de manera callada y alusiva.

Agradecimientos a Rachel Herschman por la información sobre esta obra verdadera, duramente poética.

Podría formar parte de la exposición sobre "casas del alma" o maquetas arquitectónicas votivas o simbólicas antiguas y modernas, que ilustran sobre el imaginario del hogar y la comunidad, en el ISAW de Nueva York a principios de 2018.










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