viernes, 5 de junio de 2009

Iconoclastia


Matisse lo vivió personalmente: todo el crédito que obtuvo con sus obras fauvistas, anteriores a la Primera Guerra Mundial, se desvaneció debido a las pinturas de género del período de entreguerras: bodegones y desnudos estupendos. Se había convertido en un artista burgués, que pintaba jarrones y violines sobre brocados recargados y ante papeles pintados floreados, y odaliscas en acolchados interiores de palacios y hoteles de lujo por los que se filtraba la luz amortiguada de la Costa Azul. Su arte no podía ser bueno porque se "contentaba" con representar un mundo pequeño y ocluido, cerrado a los grandes temas que sacudían el mundo.
Mientras, Picasso pintó Guernica y, años más tarde, La matanza de Corea, o los frescos de La Guerra y la Paz, por lo que su prestigio aumentó. El tema escogido -y no el resultado plástico, deplorable en el caso de las últimas obras citadas- acrecentaba el respeto que mayoritariamente inspiraba. Ya se sabe: si pintas flores, pintan bastos.

El artista contemporáneo tiene que ser crítico. Muy crítico. Critiquísimo. La denuncia constituye su arte. Artistas, actores, cantantes opinan, se manifiestan, enarbolan banderas, pronuncian discursos en los que, aunque no les hayan pedido su opinión, dicen oponerse al poder, las relaciones de poder, a la estructura social, a la marcha de la economía, el mercadeo, las relaciones establecidas, convenidas, etc. Los temas son grandes. Poco dicen sobre su labor específica -artística, "estética"-, mientras tanto. La denuncia permanente les llena todo el tiempo.

Todas las causas son asumidas, todos los enfoques que supuestamente no deberían ser aceptados por los "poderosos", por la mayoría "dominante" (menos la mayoría dominante en el arte contemporáneo, que representan; pero uno no va a tirar piedras sobre su propio tejado): estudios culturales, de género, teoría queer, etc. ¿El resultado plástico? Lo que importa es la posición adoptada ante un determinado problema.

Incluso a artistas encantados de comerciar con el mundo se les busca secretas desavenencias con el orden "establecido". Si Warhol pintó, una y otra vez, sillas eléctricas, necesariamente es porque estaba en contra de la pena de muerte. Nadié se planteó si, por el contrario, estaba a favor. No era concebible -Warhol tampoco dijo esa boca es mía. Ni tenía porque hacerlo-. Ya que, entonces, a Warhol no se le hubiera podido defender (en tanto que artista contemporáneo, independientemente del valor de su obra). Del mismo modo, su producción masiva de efigies de estrellas de Hollywood tenía que ser, paradójicamente, juzgada como una denuncia de los mass-media. Warhol, astutamente, calló. Y la fue muy bien.

Bien. así está la situación del arte. Aceptémosla. No es distinta en España. Los artistas que más subvenciones reciben, más adulados por la crítica y más expuestos, son críticos contra todo, obviamente. ¿Contra todo?

El recién inaugurado pabellón de arte catalán en Venecia presenta, entre otras, obras de Daniel G. Andújar. La cinta fue cortada por Carod-Rovira, reputado crítico de arte contemporáneo que defendió "el talante transgresor, incluso iconoclasta" del arte catalán expuesto (pagado, claro, por las instituciones públicas, es decir, por todos. La transgresión y la iconoclastia son, hoy, conceptos muy asumidos, integrados; ¿"iconoclasta"?) ¿Los temas -siempre se citan los temas, no su materialización-?: Aznar travestido, el 11-S, la caída del muro de Berlín, etc.

Guantánamo, la guerra de Irak, Bush, son otros temas que es bueno tratar. Se podría reralizar una lista de temas que todo artista contemporáneo debería tener en cuenta. Alguna cita de Berger, títulos en inglés, filmaciones en video y fotografías borrosas también son elementos vistos con buenos ojos por la crítica.

Fijémonos: la mayoría de los temas se refieren a la política de los Estados Unidos, su relación fronteriza con México, el funcionamiento de multinacionales (norteamericanas).

Aquí, en España, en Cataluña, tenemos partidos políticos que crean redes de empresas ficticias para desviar dinero en cuya cabeza colocan enfermos terminales; una política urbanística demencial; un grupo terrorista del que no se debe hablar; el auge de la extrema derecha en poblaciones importantes del interior de Cataluña; alcaldes que ya ejercían en tiempos de la dictadura y que hoy son nacionalistas; pagos bajo mano de constructoras a partidos políticos; personas públicas amenazadas de muerte; la lista podría seguir.

Pero los artistas contemporáneos españoles, prudentes, prefieren hablar de Bush (hablar de Bush; ni siquiera hacer obras con Bush de tema), que ya no gobierna, o de Guantánamo (yo también, y no soy artista). Los zulos cercanos son, sin duda, molestos (Comparemos, por ejemplo, la italiana Gomorra con la española Tiro en la nuca. Aquí, la vanguardia formal es muy útil. Permite ser concienciado sin que se entienda, se vea, se oiga nada. ¡Ah, el arte -cuando hay que referirse a temas demasiado cercanos!).


Desde luego, el arte español está comprometido con los problemas de su tiempo. Sin duda. Sorprende entonces que ninguno se refiera al verdadero problema nacional, el auténtico dolor de cabeza del país: las peleas a grito pelado y a moño estirado, de incierto resultado, entre Belén Esteban y María José Campanario.

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