domingo, 9 de agosto de 2015

GEORGES PEREC (1936-1982): LES CHOSES (LAS COSAS, 1964)

Los arquitectos modernos tienen como libro de cabecera Especies de espacio del novelista francés Perec: una enumeración de tipos de lugares usuales.
No se trata de la única referencia arquitectónica y urbanística en la obra de Perec que llegó hasta a iniciar un texto, inacabado, abandonado por la imposibilidad de redactarlo, sobre distintos lugares de París con los que se relacionaban, descritos minuciosamente siguiendo una reglas muy precisas. Como explicaba el novelista, no reproducía lugares, sino que los creaba. La escritura, un trabajo que no obedecía a la inspiración sino al esfuerzo regulado, interponía un velo entre el escritor y el entorno descrito, de tal modo que el texto sustituía el tema tratado, la ciudad, casi siempre.

Su primera novela se titula Las Cosas. La escribió a los veintisiete años, la edad de los protagonistas en el momento en que concluye el relato: una pareja joven contrapone sus sueños con la vida que llevan. Tanto en la realidad cuanto en los anhelos, las cosas los envuelven, los fascinan y los marcan. La lista de cosas que aprecian, a las que aspiran, o que menosprecian es interminable: alimentos, enseres, espacios: libros, discos, recuerdos, muebles, ropa, platos, plantas. La búsqueda de las mismas define su vida.
La casa de los sueños, junto con las casas que habitan -sin desearlas-, descritas paso a paso o, mejor dicho, enumeradas, son los espacios en los que se proyectan los personajes, que los reflejan. Son aquello que querrían tener, o que poseen, son los espacios en los que querrían vivir, en los que viven o en en los que nunca podrán estar.
la novela está escrita en pretérito imperfecto o en futuro: los protagonistas no dejan, cada día, de soñar en lo mismo (la posesión de objetos inalcanzables que les llegarían milagrosamente, por azar, una herencia, etc., es decir, sin esforzarse, sin tener que sucumbir a las reglas de juego de la sociedad, a las costumbres, a lo que se espera de ellos), o sueñan en lo que acontecerá (o querrían que aconteciera); la novela empieza, sin embargo, en condicional en pasado, largas páginas que parecen contar lo que no había ocurrido ni ocurriría, como si la narración, pese al "realismo", no tuviera que ver con el presente, porque narra lo que hubieran querido, antes de que la realidad se impusiera.
Los protagonistas trabajan en empresas de publicidad. Realizan encuestas sobre los gustos, los modos de vida, la relación con los objetos: cómo se usan, si se usan (los hombres, ¿comen yógur? ¿con los dedos, a sorbos o con una cuchara? ¿que les lleva a escoger uno? ¿ el sabor, el color, el olor, la textura?). Los entrevistados se definen a través de su relación con los objetos, manera de presentarse, de ser, que también afecta a los jóvenes encuestadores.
Aspiran a poseer más, a disponer de cosas que se hallan siempre tras una vitrina. pasan los días de fiesta, los atardeceres paseando, "lamiendo vitrinas", como se dice en francés. Se ven reflejados en las lunas, se ven poseyendo lo que está más allá; el único contacto que establecen con las cosas es visual, cuando las ven, cuando descubren su cara espectral reflejada superpuesta a las cosas expuestas; y cuando sueñan.
Sueñan con ciudades que no sean la gris y provinciana Sfax, en Túnez, donde pasan un año enseñando, o la cerrada y burguesa Burdeos donde se instalan, que no sean los inquietantes o siniestros barrios de París donde se inician. Sueñan con el Paraíso y las casas de cristal que pintara El Bosco en el Jardín de las delicias, o Patinir en la barca de Caronte:

"pasaban ante fachas de acero, maderas exóticas, vidrio, mármol. En la entrada, a lo largo de un muro de vidrio tallado que reenvíaba millones de arcos iris a la ciudad, brotaba del piso quincuagésimo  una cascada que vertiginosas escaleras de caracol de aluminio rodeaban.
Ascensores los transportaban. Seguían pasadizos zigzagueantes, ascendían por escalones de cristal, recorrían galerías bañadas de luz donde se disponían en fila, hasta donde la vista alcanzaba, estatuas y flores, donde corrían limpios riachuelos sobre lechos de guijarros de múltiples colores.
Puertas se abrían ante ellos. Descubrían piscinas a cielo abierto, cámaras silenciosas, teatros, palomares, jardines, acuarios, museos minúsculos, concebidos para su uso personal donde se exponían, en los cuatro ángulos de una pequeña estancia de paneles cortados, cuatro retratos flamencos. Había salas que no eran más que rocas, otras que eran junglas; el mar se rompía en otras; finalmente, pavos reales se paseaban en otras. Del techo de una sala circular colgaban estandartes. Músicas suaves resonaban en laberintos inagotables; una sala de formas extravagantes parecía no tener otra función que desencadenar interminables ecos; el suelo de otra, según las horas del día, reproducía el esquema variable de un juego complicado.
En los subterráneos inmensos, hasta el infinito, funcionaban máquinas dóciles".

La novela, quizá menos conocida, maravillosamente escrita, traducida por Anagrama al español y por la Magrana al catalán (existe una edición previa, descatalogada, en Seix Barral) , merece ser leída para saber qué somos, dónde vivimos.
A los veintiocho años apenas, Silvia y Jerónimo se rinden. Aceptan, como los amigos a los que ya no veían, un puesto de trabajo fijo en una empresa que no les gusta y en una ciudad en la que no sueñan. Son ya como los demás.

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