lunes, 26 de febrero de 2018

ESTHER FERRER (1937): CASAS TEJIDAS (AÑOS 80- HOY)



 




































Fotos: Tocho, Palacio de Velázquez, Madrid, 2018

Cajas o envoltorio de cartón, encuentros de delgadas planchas de cartón pluma blanco cortado sin mucho cuidado, de planos, quizá maquetas. Suspendidas en el aire -depositadas sobre escuetos estantes, o cogidas a un muro por un lado. Maquetas o teatrillos: falta la cuarta pared. En el interior, hilos de coser de colores, tendidos, dibujan leves, aunque bien definidas, formas geométricas. Recuerdan líneas de fuerza, o rayos, como en una anunciación -sin revelar nada trascendente- que nacen de una pared -o apuntan a ella- antes de rebotar en el suelo u otra pared. 
Las maquetas son tan frágiles como los hilos tensados o destensados. Éstos evocan vibraciones, la vibración de la vida que el espacio acoge o produce. Se asemejan a las líneas de una partitura musical desplegada en el espacio: visualizan tensiones que encuentran un eco en una estancia abierta a esas vibraciones.
No son cajas metafísicas, duras y cortantes cápsulas, como las que montara Oteiza. Por el contrario, las cajas de Ferrer se mantienen en un discreto segundo término, acogiendo y poniendo en primer plano las figuras que los hilos coloreados y tensados crean y conjugan, como si visualizaran ondas invisibles que atraviesan -y llenan de vida- las estancias. Hilos manejados desde fuera, como los que tensa y mueve un titiritero. Cajas transportables que ofrecen una imagen, perdurable y fugaz al mismo tiempo, de un espacio vibrante y callado. 

La exposición antológica de la obra de Esther Ferrer, en el Palacio de Velázquez, se clausuró ayer.

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