miércoles, 10 de julio de 2019

(Una cara B de la ) Barcelona olímpica, 1992

La llamada ciudad de los periodistas consiste en un desmesurado bloque residencial, del arquitecto Carles Ferrater, que se extiende justo debajo de la Ronda de Dalt, en el bíblico Valle Hebrón. Justo enfrente, del otro lado de la vía rápida antes citada, el cinturón que rodea y delimita la ciudad por el norte, cuando se detiene ante las escarpadas y boscosas laderas de la Sierra de Collcerola que ciñe la ciudad a sus pies, se ubica otra instalación olímpica -aunque construida antes de los Juegos de 1992: el velódromo, hoy solo utilizado para ceremonias evangelistas los domingos, del arquitecto Esteban Bonell.
Estos dos equipamientos, situados en uno de los límites casi despoblados de Barcelona, se enfrentan a los bosques antes citados. Éstos rodean el polígono de Montbau, edificado en los años 50, y los Hogares Mundet, más arriba incluso -comprende las últimas edificaciones de la ciudad más allá de las cuáles ya solo se encuentra la Sierra-, un conjunto de edificios de ladrillo, de los años 40, alrededor de un alto campanario, que no desentonarían en una pintura metafísica de de Chirico o de Savinio. Acogían a niños abandonados. Hoy alberga las tranquilas y cuidadas dependencias de la Universidad de Barcelona, un oasis lejos del tránsito de la Ronda. Cerca, entre los altos pinos, se divisan las torres neo-renacentistas de un castillo indiano, del siglo XIX, con un vago aire de un palacio manierista del Loira, durante años abandonado y en ruinas y que hoy acoge también, en medio de un jardín barroco aterrazado, cruzado por una escalinata monumental y salpicado de estanques, bordeados de altísimas palmeras, dependencias universitarias.

Desde todos equipamientos señoriales no se distingue, en medio del bosque, unos pocos restos constructivos: algunos ladrillos, restos de armaduras metálicas oxidadas que se retuercen como arbustos resecos, muretes de hormigón, y escombros desperdigados, que componían un poblado de chabolas que se mantuvo hasta mitad de los años noventa, cuyos ocupantes no pudieron obtener un alojamiento digno porque eran invisibles desde los equipamientos olímpicos y pasaron desapercibidos. ¿Cuántas personas supieron y saben de este poblado, en medio de basuras, una humedad infernal, que solo disponían de un hilo de agua de un riachuelo y de una fuente que manan de la Sierra de Collcerola? Algunos habitantes ocupaban incluso diminutas cuevas -hoy aún ocasionalmente ocupadas.

Desconocía también que los hipnóticos bloques de los Hogares Mundet, que hoy invitan al recogimiento, albergaron, en los años 1939 y 1940, un temible campo de concentración en el que malvivían hacinados quince mil prisioneros de guerra y (verdaderos) presos políticos.

La quietud del bosque sepulta esos hechos, algunos relativamente recientes, a pocos metros de algunos de los mejores barrios de la ciudad, hoy olvidados .

Agradezco al arquitecto y artista David Mesa no solo la información sino un detallado recorrido, ayer tarde, cuando el bochorno que atenaza la ciudad disminuyó por unas horas,  por esos parajes que no conocía y por esos conjuntos de edificios tan serenos en apariencia.









Emplazamiento del conjunto de chabolas hasta mitad de los años 90.







El cercano Palacio de las Heures





Los también cercanos Hogares Mundet: albergaron un campo de concentración en 1939-1940

Fotos: Tocho, Barcelona, julio de 2019









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