miércoles, 24 de julio de 2019

Simbólico (y decorativo)

Dos partidos políticos se descalificaron mutuamente, ayer en el Congreso de los Diputados. Dos de los reproches más contundentes, que impedían un pacto entre ambos, denunciaba que un cargo ministerial que un partido ofrecía al otro, era simbólico o decorativo. Dos términos denigrantes, al parecer.
¡Cómo cambia el significado de las palabras! Y cómo la política las degrada.

Un símbolo, originariamente, era un testimonio. Una prueba indiscutible. Un símbolo era un objeto de terracota, un disco o un plato que, durante una ceremonia que sellaba un acuerdo -de paz, comercial, de buena vecindad, que evitaba un conflicto presente o posible-, era partido, entregándose un fragmento a cada bando. Si un obstáculo o un encaramiento entre ambos bandos se producía con el tiempo, la reunión de ambos fragmentos, que tenían que encajar, probaban visiblemente que ambos contendientes habían sido capaces de sellar acuerdos en el pasado y que, por tanto, debían tratar de llegar a nuevos acuerdos, solucionando diplomáticamente, y no recurriendo a la violencia, sus diferencias.
El símbolo, en si, valía muy poco: un simple objeto de terracota, sin valor material. Sin embargo, su pérdida era irreparable. La paz entre territorios o ciudades, se fundamentaba en la existencia probada de los fragmentos del símbolo roto. Solo si se podían mostrar y encajar de nuevo, devolviendo la unidad al símbolo, la paz podía seguir. La rotura del símbolo debía, no obstante, ser visible. Las partes debían ensamblarse perfectamente, si bien la línea quebrada de la rotura no debía desaparecer, ya que en este caso, era imposible demostrar que se había llegado a un acuerdo en el pasado. Un símbolo íntegro no tenía sentido: nada decía.
Un símbolo, por tanto, es una imagen significativa. No se trata de una imagen que solo se refiere a lo que representa. No es una mera ilustración. Un símbolo no es lo que parece. No es un simple plato roto -todo y que también lo es, y la rotura es lo que da sentido al plato en tanto que símbolo. Un símbolo se refiere a realidades, contenidos, valores, nociones que solo se hacen visibles, comprensibles y efectivos gracias al símbolo. Éste es un disco de terracota fracturado y un signo de amistad. Por tanto, la amistad se prueba, e influye en la vida y las relaciones entre comunidades, gracias al símbolo. Éste es "mucho más" de lo que se es. Los símbolos son guías. No podríamos vivir sin símbolos, porque éstos recorren el tiempo, y logran que el pasado, el presente y el futuro se conecten sin perder sus valores. Lo que se acordó -lo que protege la vida- sigue vigente gracias al símbolo. El símbolo es un "signo" de paz duradera.
Descalificar una propuesta por ser "simbólica" -cuando una propuesta simbólica es a lo que más se puede aspirar, una propuesta que no sea simbólica debiendo ser rechazada porque no tiene "contenido", siendo un simple gesto carente de "valor"-, significa que no se sabe de qué se está hablando.  ¿Se puede confiar entonces en quienes nos gobiernan si no saben lo que dicen?

Del mismo modo, el empleo del adjetivo "decorativo" de manera despreciativa, es también un "símbolo" -la teoría del arte moderna tiene mucho que ver con esta perversión del lenguaje. Decorativo viene del latín decor, que significa magnífico. Decorus -derivado de decor-, que ha dado la moderno palabra de decoro -con una fuerte carga moral-, significa lo que conviene. El decoro es el respeto. El decoro inspira y manifiesta respeto; el respeto del otro. Lo decorativo hace que la vida sea más fácil. Suaviza las aristas, ofrece una cara amable, disipa las caras de perro -tan habituales en los congresos españoles. La decoración manifiesta que se piensa en el otro; es la manera de relacionarse bien, de buscar acuerdos. La decoración evita las escenas, las situaciones descarnadas. Reviste con un aura luminoso lo que, sin esta envolvente, sería imposible de aceptar. La decoración no esconde, u obvia las dificultades; dispone de manera tal las asperezas de modo que sean aceptadas -reconociéndolas y asumiéndolas, sin embargo. La decoración facilita el encuentro, el diálogo. El amargor no deja de estar presente. Pero la decoración lo convierte en algo digerible, por lo que hay que pasar, para poder seguir dialogando. Lo decorativo no se opone a la verdad -a menudo incómoda o inasumible; la verdad no siempre es benéfica-, sino que permite que la verdad, por dolorosa que sea, sea aceptada. Ojalá todas las propuestas fueran decorativas.

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