lunes, 18 de julio de 2022

Retrato

 El retrato es un género eminentemente pictórico, común en occidente desde finales de la Edad Media, singular. Una figura posa quieta, de cara, y su imagen es reproducida o plasmada en una superficie plana. La inmovilidad es de rigor. La persona se expone como un objeto a la contemplación del artista y del espectador; un objeto expuesto a la mirada (deseosa o no) ajena. La figura queda presa de la intensidad de los ojos que la estudian -sean los del retratista o del espectador.

Y, sin embargo, todo y la necesaria e inevitable fijeza, la imagen en el cuadro parece, en los mejores retratos, dotada de una extraña vida. La figura parece mirarnos. De hecho, si nos desplazamos ante el cuadro, de un lado a otro, independientemente de dónde nos ubiquemos, la figura nos sigue observando, como si hubiera girado la cabeza. Este poder hipnótico se acrecienta cuando descubrimos que dos espectadores, situados a lado y lado del cuadro, tienen la viva sensación que la figura les contempla personalmente, al mismo tiempo, como si aquélla tuviera un poder, solo al alcance de los dioses, de mirar en cuántas direcciones a la vez quiera o se requiera.

Los mortales, en cambio tenemos un ángulo de visión muy restringido y solo podemos ver bien en una sola dirección.

Cuando contemplamos un retrato nos detenemos. La fuerza de la mirada nos inmoviliza. Mientras la figura retratada mira en una y otra dirección, nosotros no nos movemos, a veces sobrecogidos por el poder de la mirada del retrato. La figura retratada ya no es un objeto sino un sujeto dotado de poderes “sobrenaturales”. Somos nosotros, hasta entonces los sujetos de la experiencia estética, quiénes  estamos sujetos por la figura, convertidos en objetos de la contemplación de ésta.

La imagen retratada nos un lado nos reduce a objetos inmóviles, pero, por otro lado, por una vez somos el centro de atención de alguien quien se fija en nosotros, dándonos importancia, manifestando que estamos aquí, que existimos, que no somos la “sombra de un sueño”, o un efímero, cómo postulaba -seguramente con trágico acierto- la poética griega. El retrato nos rescata y nos redime. Nos devuelve o nos otorga una prestancia o una existencia que creíamos ilusoriamente poseer, pero que se desvanece ante un retrato, el cual, entonces, nos concede lo que la vida no nos ha dado (merecidamente o no).

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