Los mitos cuentan que la esbelta columna jónica, coronada por dos rizos o dos trenzas enroscadas, se formó por la petrificación de una muchacha.
Las columnas griegas, de distintos estilos, se han asociado desde la antigüedad con los seres humanos. Son cuerpo de pie, resistentes, en guardia, que controlan y filtran el acceso a los edificios, amén de soportar el peso de los pisos, como quien carga con un bulto sobre la testa o la espalda.
Los calificativos que recibieron dos de los órdenes, dórico y jónico, eran propios de seres humanos. El primero evocaba la fuerza del hombre, el segundo la gracia femenina. Tosco el primero, compuesto por líneas rectas, delgado el jónico, coronado por volutas.
El artista manierista flamenco Vredeman de Vries, autor de un tratado de arquitectura, asoció, a finales del siglo XVI, la vida humana con distintos órdenes clásicos en una serie de seis célebres grabados.
La infancia, hasta los dieciséis años, cuando las formas y la personalidad están aún por definir, se simbolizaba por el orden compuesto.
La juventud, la edad de la búsqueda, entre dieciséis y treinta y dos años, se expresaba con el complejo, decorativo, orden corintio.
A la edad adulta, entre los treinta y dos y los cuarenta años, marcada por la gracia y la serenidad, le correspondía el estilo jónico.
Mientras, el recto, recio, rígido, perdida cierta agilidad, estilo dórico se asociaba a la segunda fase de la edad adulta, serena pro ya no dada a tantas alegrías, entre los cuarenta y ocho y los sesenta y cuatro años. Algunas personas ya caían.
De los sesenta y cuatro a los ochenta años, el orden toscano, liberado de cualquier ornamento, convertido en un fuste tosco y reducido a lo esencial, un tronco ya cercano a un árbol seco, equivalía a la ancianidad, entre los sesenta y cuatro y los ochenta años.
Finalmente, el derrumbe de todos los órdenes, el desorden causado por obras arruinadas, un campo de ruinas, por el que vaga un esqueleto con guadaña, representada el fin, a partir de los ochenta años.
Vredeman de Vries, cuya obra siempre representa arquitecturas imaginarias (fue uno de los padres del género artístico llamado Capricho arquitectónico) supo dar vida y sentido a los órdenes clásicos arquitectónicos.
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