Un niño, junto con su perro, en el jardín de una casa de campo. Una mujer, seguramente su madre, sale de la casa con una cesta con ropa para tenderla. Niño y mujer no se hablan. Mientras tienden la ropa, ruidos en el interior de la casa. La mujer deja lo que hace al momento, entra apresurada y cierra la puerta. Gritos, golpes (¿?), alaridos desesperados, más golpes, que el traqueteo de un tren que debe de circular no lejos ahoga.
El niño se encoge y se protege. Esconde la cabeza. Su perro a su lado.
Se abre la puerta, sale la mujer….
El horror innominado, en el interior del hogar. Fuera, a la intemperie, la violencia no parece alcanzarla. Qué pasa entre las cuatro paredes, no se sabe. Se intuye malos tratos, en una casa que parece tranquila, fuera del ámbito urbano. Se palpa lo que no tiene nombre.
Laurent Achard, uno de Los cineastas europeos más desasosegante, sin alzar la voz. Nada es evidente ni acentuado. Todo ocurre en la cabeza del espectador que teme lo peor -que quizá acontezca, aún peor de lo imaginado, pero de lo que no podremos tener nunca evidencias, como lo que ocurre en el ocluido reducto familiar.
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