No, no es un error.
La casa fantasma no es una obra del artista venezolano-norteamericano Álex da Corte, sino de los arquitectos Denise Scott-Brown y Robert Venturi: una escultura y un espacio público que recrea, en su lugar de origen, la destruida morada de Benjamin Franklin, gracias a quien la colonia británica se independizó de la metrópoli, en Filadelfia.
Esta casa, sin embargo, inspiró la instalación de Álex da Corte: una casa construida -o delimitada- con neones de colores: una casa sin paredes ni puerta, donde todo está a la vista, presidida por un televisor gigante. Una casa sin secretos, donde nada se esconde, con todo a la vista de todos. Un aparente refugio en el que el único refugio para olvidar lo que acontece alrededor es la pantalla del televisor.
La casa abierta a los cuatro vientos es un horror y una pesadilla. Un refugio requiere soledad, y un corte con el entorno; paredes que componen un mundo distinto en el que abismarse. La casa en la que todo acontece como si de un espectáculo ante todo el mundo encoge y cohibe. Lo que ocurre está sometido al escrutinio general. Los colores infantiles que se asocien con la inocencia se vuelven horribles, y la casa abierta se transforma en una cárcel, siempre iluminada, donde la felicidad es de obligado cumplimiento. Cualquier otro sentimiento aparece como una muestra de ingratitud y egoísmo: ¿cómo no se puede ser feliz en semejante entorno, en el que cualquiera, a cualquier hora, puede acceder, sin preguntar?
Las casas son lugares donde apartarse para que cada persona se “reencuentre” consigo misma, sin cuyo objetivo cumplido no puede acoger a los demás. Es necesario que cada uno haga las paces consigo mismo para poder abrirse. La casa siempre abierta, teñida con luces y colores que obligan a la felicidad, es una trampa que evita la reflexión, la vuelta sobre uno mismo, la toma de distancia que permite tener una mirada razonada y objetiva sobre lo que acontece. La ausencia de límites conlleva la falta de ordenación. Las pautas, las leyes dejan de tener sentido. Todo es posible; es decir, nada lo es. La vida se paraliza.
La casa abierta de Álex da Corte es un sarcasmo sobre las periferias suburbiales coloristicas donde la felicidad es de obligado cumplimiento, un estado permanente y no un instante de regalo, un momento de bienestar, sin depender del escrutinio ajeno.
Véase, por ejemplo, la página web del artista:
https://art21.org/gallery/alex-da-corte-artist-at-work/

















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