sábado, 19 de octubre de 2013
Alma y ciudad (Prudencio: Psychomachia)
El diálogo La República de Platón quizá comprenda la primera metáfora arquitectónica del alma. La República que Platón describe es, al mismo tiempo, una ciudad-estado ideal, y una evocación de cómo debería formarse tanto el Alma Cósmica cuanto el alma humana. un modelo de estado, y de comportamiento.
El mismo buen orden, el mismo buen gobierno debería presidir el Cosmos, la Ciudad y el Alma. Cada una de estas entidades se reflejan mutuamente. el mundo, la ciudad y el espíritu tienen que componerse del mismo modo. Asimismo, la armonía en una de las entidades destiñe en la otra. Gobernar bien una ciudad equivale a ejercer un control efectivo sobre los dislates anímicos. El alma es una ciudad en miniatura, del mismo modo que la ciudad es una versión reducida del mundo. Los dioses, que moran y rigen el cosmos, también presiden o velan por el buen funcionamiento de la ciudad y alientan el alma humana.
Este juego de espejos entre las tres entidades bien compuestas -o que deberían estarlo- se enriqueció en la mística musulmana y, posteriormente cristiana. El mundo, en los inicios era un paraíso. La Jerusalén celestial era la imagen de dicho paraíso -o lo acogía. En ella, brillaba el Templo, ideado por Yahvé -y construido, por orden divina, por Salomón. El templo, así como la ciudad de Jerusalén, eran imágenes de la perfección cósmica de los inicios. En cada una de estas entidades, lucía la presencia o el resplandor divino. en los inicios, incluso, la Jerusalén terrenal era una proyección de la Jerusalén celestial. entre la Ciudad de dios y la Ciudad de los hombres, no existía diferencia alguna, salvo que la primera era intemporal. Finalmente, el alma humana actuaba de espejo: en ella se miraba la perfección de la creación divina. por tanto, el alma era una ciudad , una fortaleza o un templo en miniatura, tan resplandeciente y ordenada como la Jerusalén celestial. Este juego de analogías, estas correspondencias entre el cielo y la tierra, y esta misma organización espacial fue ampliamente desarrollada en la mística, siendo Las moradas interiores, de Teresa de Jesús, uno de los últimos textos sobre la estructura arquitectónica del alma.
Si Platón fue quien equiparó las estructuras deseadas del alma y de la ciudad, fue posiblemente Prudencio, el mejor poeta hispano-romano cristiano (nacido en Calahorra a finales del siglo IV), el que describió el alma como si fuera la Jerusalén celestial, y que está en el origen de la concepción y la construcción del templo cristiano, gótico sobre todo, como una plasmación tanto del alma -se trata de un espacio interior, en el que la luz solo se descubre en el interior de la nave- cuanto de la Jerusalén celestial. Se podrá decir que la catedral gótica era, exteriormente, la Jerusalén celestial, y el alma humana iluminada por la divinidad interiormente.
La Psychomachia es un hermoso y largo poema épico, compuesta a imagen y semejanza de la épica greco-latina. Virgilio y, en último término, Homero, son los modelos. Del mismo modo que, ya a finales de la época clásica, hubo autores griegos, como Pródico de Cos, que realizaron una lectura alegórica de la Odisea, mostrando que Ulises era un alma, y que las pruebas a las que le sometió el dios de los mares Poseidón, envites con los que el alma se enfrentaba en su trascurso terrenal, Prudencio construye un relato alegórico, en el que los héroes y los monstruos que se enfrentan son Virtudes y Vicios. Ambos combaten, como Ulises y las Sirenas, Hércules y la Hidra, o Perseo y la Gorgona. por un lado, la rectitud heroica; enfrente, la oscuridad que el monstruo o el vicio trae consigo.
La lucha entre el Bien y el Mal, que acontece dentro del alma humana, concluye con su edificación. El alma ha quedado liberada de males. Éstos ya no la asedían. Puede entonces edificarse, a imagen de la Jerusalén celestial, tomando como modelo, cuenta Prudencia, la titánica labor elevadora de Salomón al construir el Templo de Jerusalén (Psychomachia, 805). ¿De qué serviría la victoria de la virtud, cuenta Prudencio, si el alma yaciera en desorden? La divinidad no podría anidar en ella. La lucha habría sido en vano. La noche retornaría.
Pues el alma liberada y edificaba se construía de tal modo y con materiales tales que se hacía la luz en ella. Literalmente, el alma quedaba alumbrada. Renacía. Se convertía en un templo refulgente, inundado de luz, y emisor de luz. Era una construcción luminosa y radiante, hecha de luz, que transmitía luz e iluminaba, así, a todo lo que la rodeaba: el ser humano en el que moraba. Siendo la luz una emanación divina, el alma, como un espacio sagrada, quedaba al amparo del cielo, se convertía en un espacio celestial entre los hombres. El ser humano se equiparaba a la divinidad.; ésta lo rescataba de la caída originaria (en la oscuridad del mal).
Concordia, sigue Prudencio, ayudó a la reina -la Virgen María- a asentar los cimientos del templo de planta cuadrada. Lo midió y lo escuadró, de modo que se levantara de manera perfectamente simétrica, sin que nada desluciera dicho equilibrio. El templo se construyó no piedra a piedra, superponiéndolas, sino vaciando un bloque; el templo se levantó anulando la materia. Fue excavado en la roca, como si ésta cediera ante el avance de la luz que lentamente la penetraba a través de las ventanas y las puertas abiertas al este, el sur y el oeste. Piedras preciosas enquistadas iluminan los paramentos. Siete pilares de cristal de roca sostienen la cubierta.
El capítulo cuarto de la Psychomachia describe en lento avance de la luz hasta la Sabiduría que se asienta en lo alto del alma edificada. El modelo que Prudencio escogió para componer el espíritu fueron las construcciones celestiales dispuestas en lo alto, a modo de estaciones espirituales, que profetas como Elías ya cruzaron, y de las que la Jerusalén celestial constituye el ejemplo más brillante.
El alma se constituye así como el palacio al que se accede tras la victoria de las virtudes. Palacio inaccesible, a menudo, pero que no se halla en el cielo sino en lo hondo del ser humano.
Prudencio uníó en una misma imagen la ordenada y virtuosa república platónica, basada en un perfecto juego de proporciones matemáticas, en la que los números ordenaban el espacio, y la descripción de la celesrial henchida de luz, descrita en el Antiguo Testamento.
La ciudad luminosa se hallaba en, o era, el alma edificada. La luz que poseía provenía del Bien que acogía, Bien que también reverberaba en el cosmos.
De algún modo, Prudencio fue el primero que unió la perfección matemática griega, con la lumínica oriental, encuentro que se produjo en el alma. El alma fue el lugar donde el Bien en tanto que orden se encontró con el Bien en tanto que Luz.
Léase La Psychomachia, en edición bilingüe latín-inglés en, por ejemplo: http://ecommons.luc.edu/luc_theses/372/
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