viernes, 11 de octubre de 2013

Cancho Roano: un santuario tartésico del primer milenio aC


 Centro de interpretación

 Los tres edificios, cada vez más grandes, construidos unos sobre otros




Vistas del lugar antes de las excavaciones













Vistas de la maqueta del conjunto



Las ruinas del edificio cubiertas


Acceso a las ruinas







Patio de entrada al santuario

















Base del altar pintado de blanco y suelo coloreado del segundo santuario



Estancia pavimentada con pizarra y muros con restos de enlucido

















Las piezas halladas en Cancho Roano están depositadas en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz.

Fotos: Tocho, octubre de 2013

Sucesivas autovías y autopistas cruzan, sin tráfico, la estepa extremeña desde Quintanilla de la Serena a Zalamea de la Serena. a un lado, un camino de tierra se dirige hacía un boscaje de robles desgreñados, junto a los cuales se destaca un árbol solitario cerca del cual se inserta un edificio moderno, modesto y bajo: un centro de interpretación. Detrás, despunta una gran cubierta metálica.

Cancho Roano quizá sea el descubrimiento arqueológico más importante de la segunda mitad del siglo XX en España. Hallado casualmente por un campesino que araba un campo a finales de los años cincuenta, la excavación no empezó hasta veinte años más tarde, concluyendo hace doce años. Trabajos de mantenimiento pueden aún poner al descubierto nuevas estructuras.
Se trata del único conjunto de trazas etruscas, orientales (siro-palestinas) en el fondo, halladas en la Península.

El conjunto sorprende. No parece tener nada que ver con lo que lo circunda. Nada anuncia su presencia ni previene a quien se aproxima de lo que se va a encontrar. Es, en verdad, un cuerpo extraño, trasladado de tierras lejanas. No acaba de echar raíces. Apenas entrevisto, evoca otros parajes. No ancla la vista en este lugar. Activa la imaginación que se pone a suponer o recordar de dónde procede un cuerpo tan insólito.
Es posible que denote, no tanto la influencia de un modelo oriental admirado, sino envidiado, como si quienes proyectaron y edificaron el santuario y sus dependencias, encerrado en una planta exactamente trazada y en un volumen que se puede circunscribir con un nítido contorno, hubieran querido demostrar, y demostrarse a sí mismos, que podían rivalizar con los etruscos, los fenicios, los venidos de otros lugares con técnicas y modelos supuestamente superiores o dignos de emulación, y levantar un santuario que no empalideciera ante lo que se contaba se alzaba orgullosamente en Oriente. El santuario de Cancho Roano denota una primera desconfianza, o un cierto desaliento de quienes lo construyeron en sus propios modelos, ideas y sueños. Quien copia quiere ser como quien o lo que copia. Busca que le olviden, que le tomen por otro. Los constructores del santuario tuvieron que recurrir a una tipología foránea para ser tomados en serio, por ellos, el pueblo y los dioses. El santuario denota, en verdad, una actitud provinciana, es decir que solo cree en lo que no hubiera realizado si no hubiera existido este modelo; una fascinación por lo nuevo, lo singular, lo que no había tenido aun cabida en ese sitio. Cancho Ruano quiere competir con un palacio o un santuario soñado. Practica el orientalismo antes de tiempo.

¿Qué se descubre?
Un gran edificio se levanta sobre un basamento cuadrado, de unos veinticinco metros de lado, rodeado por un canal, que aún hoy lleva agua, y defendido de las crecidas de un arroyo por diques, hoy enterrados. La base de los muros es de piedra; de adobe el resto de la construcción. las fachadas exteriores están enluciadas con tierra intensamente roja, mientras que las estancias interiores, algunas pavimentadas con lastras de pizarra en excelente estado, estaban enlucidas de caolín blanco. La planta se organiza sobre un esquema en H. La entrada se efectúa por un patio abierto, orientado al este delimitado por dos torreones. Una estela grabada con la efigie simplificada de un guerrero armado presidía la entrada (hoy, en el museo de Badajoz). El edificio tenía un piso al menos, como se deduce del inicio, bien conservado de una escalera.
El edificio no fue levantado sobre tierra virgen sino sobre una construcción anterior, de planta similar, la cual, a su vez, cubre una construcción mucho más modesta.
El conjunto fue cuidadosamente sellado, enterado con ofrendas, e incendiado. Es por esta razón, pese al cultivo del montículo resultante, que la estructura ha permanecido en un sorprendente buen estado. Los muros se alzan más de un metro en varias zonas, y el podio se conserva bien. Todo el volumen es reconocible.
El tercer edificio data del siglo VI ac; su destrucción, a principios del siglo IV.
¿Qué era?

El sur de la Península ibérica se abrió, a la fuerza o no,  pronto a otras culturas. Desde el segundo milenio, navegantes y comerciantes micénicos explotaron minas de oro y plata. La llegada no comportó ninguna ocupación territorial ni colonización alguna, sino solo el intercambio de bienes. Éste se interrumpió con la caída de Micenas. A principios del primer milenio, los fenicios tomaron el relevo. Su comportamiento fue similar. No crearon ningún establecimiento permanente. Las minas eran trabajadas por la población nativa.
Gracias a la riqueza generada por la extracción y venta de los metales, y a imitación de las culturas micénica y fenicia, se crearon "reinos" cuyas formas culturales, cuya relación con el espacio, cuyo tratamiento material quedaron marcadas por los modelos culturales foráneos. La cultura de Los Millares, cabe Almería, con tumbas túmulo, debían estar marcadas por la estructura de tumbas micénicas. Del mismo modo, el "reino" de Tartesos, en el primer milenio -ubicado en una zona, aún incierta, del suroeste de la Península- tuvo que crecer según bases fenicias, es decir orientales.
Cancho Roano pertenece a la llamada cultura tartésica. En el interior se han encontrado piezas fenicias y egipcias, que testimonian de intercambios comerciales y culturales.
El conjunto no fue un palacio, pese a que la planta sea similar a la de construcciones palaciegas, de mayor superficie, siro-palestinos, sino posiblemente un santuario, es decir, tanto un lugar de culto, cuando de intercambio. El modelo es oriental, pero a través, posiblemente, de la mediación etrusca. Viviendas o estancias, de todos modos, se construyeron contra el límite del conjunto.
Se desconoce a qué divinidad estaba dedicado. El hallazgo de restos óseos de caballos, de estatuillas y apeos de caballos, sugiere que se rendía culto a una divinidad, masculina o femenina, ligada a los caballos -un culto que adoptarían los posteriores íberos. El agua, que rodea el santuario, también tuvo que jugar un papel importante. ¿Culto funerario? No se sabe.
Lo que sorprende es el aislamiento del conjunto, así como su ubicación, no en un altozano, como se podría esperar de un santuario, sino en una hondonada. No se han encontrado restos de poblaciones vecinas, pero las excavaciones tienen que proseguir. Quizá dichas poblaciones se hallaban dónde se ubican los pueblos actuales.
La posición en una área rehundida, escondida por árboles, quizá indique que el santuario fuera un centro importante que no estuvo abierto a la población circundante y sobre todo foránea. Se habría querido que pasara desapercibido. Podría haber sido un lugar de culto practicado por grupos cerrados. Desde luego, el santuario carecía de defensas. Los peligros no escaseaban. Por eso, posiblemente, ante una grave situación, fue enterrado, a fin que no fuera violado y que su sacralidad permaneciera.
Concho Roano, por ahora, constituye un ejemplo único, que muestra la penetración de tipos constructivos orientales en la Península, lo cual ayuda a pensar que el estudio de las culturas mediterráneas antiguas no tiene que abordarse aisladamente, sino que se tienen que estudiar influencias e intercambios, las relaciones interculturales, mucho más desarrolladas de lo que se ha creído hace años. una cultura no es un mundo cerrado sino el resultado de encuentros, fascinaciones y enfrentamientos. Los límites, las fronteras, la importancia concedida a las peculiaridades no eran de recibo en las culturas antiguas. Quizá debiéramos aprender de ellas.

Véase, por ejemplo, el artículo siguiente.

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