Fotos: Tocho, marzo de 2016
Los pocos detalles ornamentales del monumental edificio (una mano que sostiene una corona, una figura erguida que tiene una palma), junto con nichos coronados por conchas, permiten intuir que la construcción no es ni una basílica romana tardía o cristiana, como se pudiera pensar dado su forma masiva y cerrada, ni un pretorio, como se interpretó hace años, sino un descomunal arco de triunfo con una tipología inhabitual, o un tetrapilo construido cuando el cenit del Imperio Romano, bajo Adriano.
Arcos de triunfo y tetrapilos eran construcciones romanas similares. La diferencia radicada en el número de fachadas principales, dos en los arcos de triunfo y cuatro para los tetrapilos (cuatro puertas). Los arcos marcaban o concluían un eje longitudinal, los tetrapilos apuntaban en las cuatro direcciones. solían ubicarse, precisamente, en el centro de la ciudad, en el cruce del cardo y del decumano.
El tan inhabitual tetrapilo de Lambese (Lambaesis, en el altiplano del noreste de Argelia), que se asemeja más a un fuerte que a un arco, simboliza bien lo que la arquitectura. Se trata de un edificio cerrado, bien defendido. Sus límites son claros. Pero, al mismo tiempo, esta construcción no tendría sentido, no solo si estuviera en otro lugar, desde el que no se orientara el espacio, sino que las cuatro vías de circulación o comunicación forman parte del edificio. Por un lado, se puede recorrer su perímetro, bien marcado, pero por otro lado, la planta baja presenta amplias oberturas (arcos), que permiten que los enlosados de las vías que arrancan de dichas puertas, y del interior del tetrapilo no se diferencien. El edificio no está aislado, separado del edificio que organiza. Forma parte de la trama urbana, del espacio exterior. Por otra parte, el interior y el exterior no se confunden. Los muros marcan los respectivos límites de ambos espacios, pero permiten que se relacionen.
El tetrapilo de Lambaesis es un espacio acogedor y protector, que invita a retirarse en su interior, pero también anima a partir. Se trata de un espacio de llegada y de salida. Nadie se queda permanentemente encerrado en él. Desde el interior se descubre el espacio organizado, se descubre cómo se organiza el espacio exterior, y se anima a recorrerlo. No detiene el movimiento. No es una estación final, sino una parada temporal, un refugio para poder volver a salir. En este sentido, este tetrapilo es una metáfora de lo que es la arquitectura -y la ciudad-: un lugar al que se acude, y del que se parte, una puerta abierta al recogimiento y a la aventura, un "artefacto" que organiza y pauta la vida, que le da "sentido" -espacial y moral.
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