miércoles, 13 de abril de 2016

Ciudad de asilo

Yahvé ordenó a Moisés cómo se ocupar las fértiles tierras mediterráneas de Canaan que, tras la travesía del desierto, huyendo de Egipto señalarían el final del Éxodo.
Se fundarían numerosas ciudades, con la directa ayuda incluso de Yahvé. Mas todas no pertenecerían a los israelitas. Seis ciudades, decidió Yahvé, serían entregadas a otras personas: perseguidos y emigrantes, a la búsqueda de un refugio.

Estas ciudades no se distinguirían del resto de las numerosas urbes. Poseerían murallas y suficientes tierras de cultivo circundantes capaces de alimentar la población. Se llamarían Fortaleza, lugar Elevado, Exilio, Hombro (cargarían con una pesada carga y arrimarían el hombro en ayuda a los refugiados), y Santuario. Serían ciudades sagradas e inviolables.
Todos los perseguidos serían acogidos. La sagrada ley de la hospitalidad se aplicaba a rajatabla. Tras contar a los sabio de la ciudad porque necesitaban un refugio, se les autorizaría a morar y a trabajar.

Las razones del exilio eran diversas; podían ser incluso criminales. Un asesinato fortuito, involuntario, acarreaba la muerte de quien lo había cometido sin querer. Necesitaba un lugar donde morar sin peligro a la espera del juicio. La ciudad refugio lo acogía. En ella recuperaba sus derechos.

La ciudad de asilo no se poblaría solo con refugiados, pero dispondría de moradas y talleres para los que venían de fuera en busca de protección. No se trataba de campamentos levantados sin medios y en poco tiempo, sino de verdaderas ciudades en las que se habitaba y se contribuía al bienestar de la misma. Eran comunidades, en las que no se discriminaba a los refugiados mientas no hubieran cometido intencionadamente crímenes de guerra o de sangre. Gracias a estas ciudades, los exiliados escapaban a una muerte segura. El tiempo de permanencia no estaba limitado. Éstas serían de ahora en adelante sus ciudades, el lugar en el que podían pasar su vida. La única limitación afectaba a los criminales involuntarios: no podían salir de la ciudad so pena de que se les aplicara el ojo por ojo proscrito en la ciudad de asilo. La ciudad podía también ser vista, pues, como una cárcel, y la vida en ella como un castigo para el criminal involuntario, observó el filósofo francés Emmanuel Levinas. Pero la seguridad, la bienvenida que la ciudad que se abría aportaban compensaban las limitaciones que imponían.

La ciudad refugio no existía para proteger a los ciudadanos de la presencia de emigrantes y perseguidos, considerados una amenaza, sino para ofrecer a éstos un lugar en el recuperaban su condición ciudadana. Fuera, el desierto y la persecución. En la ciudad estaban a salvo. Y la ciudad vivía, haciendo barrera al desierto, gracias a la vida que traían los nuevos moradores.
El concepto de la ciudad de asilo (que se describe en Números, 35) era nuevo.  Ningún texto anterior lo había enunciado. Pero sigue siendo un concepto que no ha alumbrado ningún espacio de convivencia.

"Si el nombre y la identidad de algo así como una ciudad tienen aun sentido y siguen siendo referentes pertinentes, cabría preguntarse si una ciudad puede alzarse por encimo a los estados-naciones o puede al menos liberarse de ciertos límites que deberían fijarse para convertirse en una ciudad franca cuando se trata de hospitalidad y refugio (...) la soberanía estatal no debería ser más el horizonte de las ciudades de asilo." (Jacques Derrida)

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