Rómulo, tras matar a su hermano gemelo Remo -una muerte interpretada por exégetas romanos como un rito sacrificial-, fundó la ciudad de Roma el 7 de abril de 753 aC, siguiendo un procedimiento que sería aplicado para la fundación de toda ciudad romana en cualquier parte del extenso territorio.
La acción es conocida. Rómulo unció dos bueyes, uno blanco y uno negro, y aró un profundo surco circular, salvo en aquellas zonas donde su ubicarían las puertas de la ciudad. Las trazas delimitarían, no toda la ciudad, sino el espacio sagrado. El surco permitió que las fuerzas demoníacas salieran a la superficie y se disolvieran, al mismo tiempo que fecundaría la ciudad y la protegería mágicamente. El pomerio -tal era el nombre de esta cerco- que envolvía la llamada Roma Cuadrada -pese a que el límite era circular- no podía cruzarse si se llevaban armas. Lo desfiles triunfales que recorrían la ciudad tenían que abandonar el botín armamentístico al penetrar en el área sagrada.
Rómulo escavó entonces un pozo estrecho y profundo en el centro del recinto sagrado. Alcanzaba el espacio de los muertos. Se denominaba mundus. Los primeros habitantes de la ciudad fundada, venidos, de todas las partes del mundo, echaban un puñado de la tierra de dónde venían, a fin que la nueva ciudad los pudiera acoger sin problemas porque contenía la tierra que les pertenecía y los había alumbrado.
Quizá sea menos conocida un ritual complementario que se llevó a cabo, por lo menos, cuando la fundación de Alba Longa. Se llamaba el juego de Troya (ludus troiae), quizá de origen etrusco. Lo practicaban jóvenes jinetes. Consistía en una exhibición, entre el torneo y el ballet equino, durante el cual los jóvenes, organizados en dos bandos, simulaban enfrentarse antes de formar un único grupo, siguiendo complejos movimientos en el espacio, en todas las direcciones, que dejaban enrevesadas huellas sobre la arena o la tierra. Este juego tenía lugar ante la puerta principal de la ciudad, donde no se había trazado el surco defensivo.
Seguramente, este ritual tenía una función mágica protectora. Las huellas dibujaban una madeja de lineas que componían algo así como un laberinto. La colocación de laberintos ante los accesos a las viviendas -bajo la forma de mosaicos ubicados en el umbral- con el fin de enredar a los malos espíritus y evitar su influencia nefasta en el espacio doméstico era habitual en Roma. Es posible que dicha costumbre proviniera del llamado juego de Troya.
Nos podríamos preguntar por la referencia a Troya. El laberinto poco o nada tiene que ver con esta ciudad, aunque Roma creía haber sido fundada por descendientes de troyanos (Eneas y Anquises) huidos tras el fin de la mítica guerra.
Algunos autores han emitido la hipótesis que Troya fuera confundida con Creta.
El juego de Troya se asemejaba al juego o el baile de la garza. Éste fue practicado por vez primera por los jóvenes atenienses que el Minotauro no había aun devorado, liberados por el héroe Teseo tras haber matado el monstruo y hallado una vía de salida del laberinto. Gozosos, antes de embarcar hacia Atenas, los jóvenes habrían danzado en la playa, reproduciendo, con sus pasos, en la arena las circunvoluciones del laberinto. El baile simbolizaba su salida del mismo.
Esta danza se asociaba con la garza no porque esta ave bailara -que se sepa- sino porque la garza era un ave migratoria al servicio del dios Apolo que, cuando el viento y el mar eran favorables, emprendían el vuelo y la bandada dibujaba la punta de una flecha, como si hubiera sido lanzada por el dios arquero para orientar a los colonos indicándoles dónde tenían que dirigirse por mar hasta alcanzar las "tierras prometidas" por Apolo en su santuario de Delfos para fundar nuevas ciudades, las colonias griegas del Mediterráneo Occidental.
El baile de la garza era pues una danza que rompía los ligámenes con el oscuro pasado del laberinto y apuntaba hacia la ciudad salvadora, Atenas, en esta caso, donde Teseo el libertador sería proclamado rey en sustitución de su padre Egeo.
La relación entre el laberinto y las garzas se acrecentaba a través del doble significado de la palabra griega krooke que se traduce tanto por urdimbre o trama -y que sustenta la red de galerías entretejidas de la planta del laberinto- como por guijarro, canto rodado. Estas pequeñas piedras manipulables podían servir para marcar un camino. Bien lo sabían las garzas, se contaba en la Grecia antigua, cuando emprendían el vuelo. A medida que avanzaban iban dejando caer guijarros con los que previamente se habían llenado el pico, a fin de hallar sin pérdida el camino de vuelta, una solución que, por ejemplo, Pulgarcito, a través de migas de pan, emplearía para hallar la manera de salir del intrincado bosque en el que sus padres lo habían encerrado. Las garzas, previsoras, sabían que las migas de pan eran pasto de otras aves, mientras que nadie se llevaba los cantos rodados.
El rito fundacional romano se componía de acciones griegas, etruscas y romanas. Como cualquier rito fundacional perseguía la protección mágica del espacio habilitado, de la futura ciudad. El mayor peligro era la muerte. Quizá no fuera casual que el juego de Troya también se practicaba durante ceremonias fúnebres para ayudar el alma del difunto a hallar el camino hacia el Hades, y las ceremonias del año nuevo que abrían la vía hacia un renovado tiempo esplendoroso.
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