Ferdinand Léger, el pintor francés con quien se asocia al norteamericano Stuart Davis -uno de los grandes pintores urbanos "menores" del periodo de entreguerras en los Estados Unidos- no llegó nunca tan lejos. Las composiciones urbanas de Léger siempre mantienen un cierto clasicismo. los colores, todo y siendo claros, son aún propios de la pintura clásica.
Los tonos de Davis, por el contrario, son planos, industriales, saturados. Pertenecen al mundo de la gráfica, de la imprenta, del cartelismo. Se acercan a la ilustración.
Davis no fue el primero en incorporar letras a sus cuadros. Veinte años antes, los pintores cubistas, de quienes Davis bebió, ya lo llevaron a cabo.
Tampoco fue el primero en pintar objetos industriales. Mas, Braque o Picasso habían compuesto botellas, guitarras y pipas según la tradición clásica del bodegón. Davis, por el contrario, unió las composiciones abstractas, casi metafísicas o espiritualistas de Mondrian, con la buscada vulgaridad de un paquete de cigarrillos, mucho antes que Warhol.
Davis retrató la urbe moderna tal como ésta se mostraba: chillona, descompuesta, saturada de signos, y vital.
El mito de Nueva York como ciudad del futuro, para bien y para bien, que se forjó en los años treinta debe tanto a Lorca como a Davis; posiblemente más a Stuart Davis. Éste supo exponer la superficialidad, pero también el pulso vital, el aire desacomplejado, casi infantil, de la ciudad, sin dramatismos ni grandes esperanzas.
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