jueves, 20 de noviembre de 2014

HANS EIJKELBOOM (1949): EL HOMBRE DE LA CALLE (O, LA MULTITUD EN LA CIUDAD, O EL HOMBRE DEL SIGLO VEINTIUNO, 1994-2014)





















La imagen nos define. Somos -o queremos ser- lo que mostramos. Nos mostramos sobre en la calle, en lugares públicos, interiores o exteriores, donde nos puedan ver. nos convertimos en objeto de estudio.
La ropa nos constituye. La usamos para comunicar lo que queremos que se sepa de nosotros, nuestro lugar en la comunidad, la relación, cercana, distante o indiferente, que mantenemos con ella. La ropa es el filtro a través del cual  formamos parte de un grupo, gracias al cual lo creamos.  Nos sentimos partícipes de un colectivo gracias a signos de identidad, entre los que destacan la ropa, los adornos, el peinado y los gestos. somos emisarios de signos que a su vez nos conforman.
Ante la ropa llamada urbana -propia de miembros de una urbe- existen dos visiones. Unos sostienen que la ropa, personal, es fruto de nuestra libertad, y la expresa. Cada uno viste como quiere ser y quiere relacionarse, manifestando su posición en la ciudad y en la comunidad. Otros, sin embargo, piensan que la ropa que elegimos viene condicionada tanto por nuestras expectativas como la del grupo al que pertenecemos, consciente o no, sea éste social, familiar, racial o sexual. La libertad de vestir como uno quiere, en este caso, es considerada ilusoria, ya que el grupo -la imagen que el grupo asume y proyecta- determina cómo tenemos que vestirnos y comportarnos.
El artista conceptual y fotógrafo holandés Eijkelboom, propone una tercera alternativa a nuestra relación con la ropa y la calle (el lugar donde exhibimos nuestra imagen y para la que la creamos). Tal como muestra en series fotográficas realizadas durante horas, días y meses , apostado a la entrada de espacios púbicos o comerciales (almacenes, grandes superficies), en diversas metrópolis del mundo (Sao Paolo, etc.), una gran cantidad de personas vestimos igual. Escogemos ropa, nunca de alta gama, de la que existen innumerables ejemplares. Sin embargo, esta ropa, estos uniformes, lejos de igualarnos o de reducirnos a ser imágenes los unos de los otros, lejos de anular nuestras diferencias, nuestra personalidad, contribuye a éstas. La ropa, vulgar a menudo, es la misma. La manera de llevarla es propia. El cuerpo, la posición, el gesto, las emociones son personales. Y determinan lo que la ropa comunica. No hay dos vestidos iguales o, mejor dicho, no hay dos maneras idénticas de llevarla. Es precisamente a través de la identidad o similitud de vestidos que somos capaces de expresar quienes somos y dónde estamos. La ropa solo adquiere sentido, solo comunica cuando la portamos, cuando la usamos. Y, pese a las convenciones, las presiones, y las normas, asumidas o no, sabidas o no,  no existen dos seres humanos iguales. La ropa es lo que denota nuestras diferencias, que se descubren no pese a sino gracias a los uniformes que portamos.

Un libro reciente de este artista y fotógrafo, publicado por la editorial inglesa Phaidon, y una exposición en el Grand Palais de París, dentro del marco de Paris-Photo, dan cuenta de las fulgurantes intuiciones de Eijkelboom.

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