La noción de lo sagrado, en la antigüedad, poco tiene que ver con la moderna, decisivamente transformada por el cristianismo. Lo sagrado, ayer y hoy, bebe del mundo de los dioses, pero, hoy, lo sagrado es una característica sobrenatural y positiva. Lo sagrado escapa a la limitación, quizá a la mezquindad humanas.
En Roma, sin embargo, sacer-de donde viene la palabra sagrado-, significaba tabú, prohibido. Lo sacer era lo que no tenía nada que ver con lo humano. Lo sacer podía ser luminoso, benéfico, o terrible, maléfico. Lo sacer dependía exclusivamente de los dioses, lo que no siempre beneficiaba a los hombres. Éstos no podían competir con la omnipotencia y la voluntad divinas.
Sin entrar en las prolijas consideraciones del filósofo Agamben, el homo sacer (una figura del mundo Romano), el hombre sagrado o marcado por la sacralidad, no era un sacerdote, pero sí un ser humano del que uno debía apartarse, porque su presencia acarreaba un peligro para las limitadas funciones humanas. Literalmente, ya no pertenecía al acotado mundo de los hombres. El hombre sagrado dependía exclusivamente de los dioses, su voluntad estaba en las manos de éstos. Sagrado podía ser un criminal. Los dioses le habían llevado a cometer crímenes (cómo Edipo, o Rómulo, por ejemplo). Las leyes humanos no se lo podían aplicar. Dependía de leyes sobrenaturales, desconocidas por los hombres e inaplicables en y por la comunidad. Los hombres sagrados eran unos fuera de la ley (outlaw, en inglés, unos forajidos -situados fuera de las fores, las puertas de la ciudad-, unos proscritos: obligados, por escrito, al destierro, ubicados en tierra de nadie, sin contacto con ningún humano, desde entonces, unos excluidos).
Por tanto, al no formar parte de una comunidad, necesariamente regulada, al depender tan solo de los dioses que lo habían convertido en un criminal o un chivo expiatorio, que lo habían deshumanizado, relegándolo o situándolo fuera de las normas y convenciones humanas, al obedecer tan solo a los dioses, los hombres sagrados podían ser tratados como unos no-humanos: se les podía asesinar sin que quien los había matado pudiera ser castigado. Pero no podían ser sacrificados: el sacrifico es una ofrenda humana a los dioses. Los hombres, sin embargo, sólo podían ofrendar lo que les pertenecía. Los hombres sagrados, en cambio, ya estaban en las manos de los dioses. Se les ejecutaba, pues, pero no se les sacrificaba.
Los hombres sagrados no tenían cabida en el orden de la ciudad. Eran de ningún lugar. Trashumantes, emigrantes, condenados al eterno destierro, siempre rechazados. Nadie quería saber nada de ellos, como nadie quería un encuentro directo con los dioses, ya que la omnipotencia de éstos podía fulminar las limitadas facultades humanas. Los hombres sagrados eran unos muertos en vida. Ni siquiera servir como sustento sacrificial de los dioses. Ni en la tierra ni en el cielo, no tenían cabida.
En estos tiempos profanos, la sacralidad ha vuelto.
Una de las funciones de Delfos era purificar y librar dela mancha a los asesinos para que pudieran volver a la comunidad .Supongo que para no contaminar y no atraer la desgracia sobre los conciudadanos.Una mancha que recaía sobre los descendientes.
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