La palabra templo viene del latín templum (en griego, temenos). Pero templum no significa templo. Un templum no es una construcción, ni se trata de ninguna realidad material. Un templum es una forma ideal: se trata de un espacio acotado en el cielo que la varilla del augur -un sacerdote o un mago latino o etrusco- traza en el aire. La dirección del vuelo de un pájaro, cuando cruza este rectángulo virtual, interpretada por el augur, es una señal que indica lo que los dioses capitolinos han decidido.
En los templos no entran quienes no creen en los dioses, los profanos (en temas religiosos): literalmente se quedan a las puertas de los templos, ante (pro) los fanos (un sustantivo antiguo, pero que el Diccionario de la Real academia Española aún incluye).
Fanum, en efecto, significa templo, en latín.
El fano es un lugar donde se acude los días fastos (días laborables, que no festivos, ciertamente, días que podríamos pensar son nefastos, pero días en los que la suerte nos aguarda).
En los fanos se escucha la palabra de los dioses. Los dioses nos hablan, o fablan (otro término antiguo aún vigente, sin embargo). Los dioses no cesan de contarnos fábulas: hechos que solo los dioses conocen y que nos pueden parecer irreales o imaginarios porque no los podemos ver, de los que solo tenemos noticias verbales. Los dioses fabulan, cuentan hechos memorables acerca de ellos mismos, cuentan gestas de los héroes, gracias a las que alcanzan la fama, hechos que acontecen fatalmente.
En el Antiguo Testamento, Dios creó el mundo gracias a su verbo. Se ha dicho que una de las diferencias entre los dioses paganos (greco-latinos) y los orientales, es la importancia que unos conceden a la imagen visual, cuando se muestran con todo su esplendor apolíneo o venuseo, frente a quienes, invisibles, pero no inaudibles, solo se dejan oir. El verbo los caracteriza y define. Son voces.
Pero, en Roma, la palabra fas, que está en el origen de esta serie de palabras -fano, fasto, fabula, fama, fatal-, es la "expresión de la voluntad divina" (Félix Gaffiot), designa la ley divina que funda el derecho que preside la organización del mundo, que funda el derecho: palabra recta que ordena o rectifica la creación. Los dioses greco-latinos también eran facundos, tenían la palabra fácil, que determinaban los hechos (en francés, les faits, facti, en latín), la factura (factura, en latín, significa construcción) del universo.
Y la factura de un fano, necesariamente bien "ordenado" -compuesto según las órdenes divinas- era la máxima expresión del poder de la fabla divina. La arquitectura expresaba la ordenación del cosmos, pues los fanos (los templos), fabulosos (es decir, inconcebibles para la horma humana), se facturaban como se había conformado el universo, fabulando.
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