El cineasta norteamericano William Friedkin, fallecido ayer, fue seguramente el primero en filmar en un yacimiento arqueológico real, en el que se estaba excavando, para la célebre primera escena de la película de terror -y de culto- El exorcista, hace cincuenta años.
El yacimiento se halla en Hatra, en el norte de Iraq. Se trata de las ruinas de una ciudad romano-parta, del siglo III dC, que los romanos no lograron tomar, pese a que conquistaron Mesopotamia en el siglo II dC.
Es allí donde el sacerdote-arqueólogo (una observación justa por parte del cineasta, pues los primeros arqueólogos occidentales en el Próximo Oriente eran, hasta principios del siglo XX, en su mayoría, eclesiásticos que, Biblia en mano, trataban de cotejar los restos con el texto bíblico, buscando cerciorarse de la veracidad del "texto divinamente inspirado".
Dónde la licencia poética se inmiscuye es en la aparición de la estatua del demonio babilónico y asirio Pazuzu. Dicha divinidad sí existía -y la estatua, de gran tamaño, en la película, está basada en una estatuilla de bronce o de cobre, hoy en el Museo del Louvre, de París, casi más terrorífica que su doble agigantado, y que era utilizada, hace tres mil años, como amuleto protector, ya que la "endemoniada" figura era capaz de ahuyentar los peligros y a los malos espíritus-, pero no se han encontrado tallas de Pazuzu con semejante tamaño y, por otra parte, siendo Hatra un yacimiento parto (es decir, persa), habría sido singular hallar una estatua, sobre todo de gran tamaño, figurando una divinidad propiamente asiria tan antigua. La religión parta (posiblemente zoroástrica, monoteísta -o dualista, como la cristiana, marcada por la divinidad del Bien, y su doble tentador, la divinidad demoníaca), todo y las influencias orientales, se distinguía de la politeísta asiria.
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