La pintura italiana de la primera mitad del siglo XX, después de la cita con el Futurismo (aunque con menor intensidad que el Cubismo) y de de Chirico (durante unos pocos años), ocupa unas pocas líneas de unas notas a pie de pagina. La razón estriba en en el dominio del realismo, un realismo cercano a la Nueva Objetividad alemana, duro, casi grotesco, que revela la cara más amarga del sometimiento a la realidad, construyendo una realidad que parece cercana pero es imposible o monstruosa, y que fue ninguneado como un retorno al orden, asociado además al fascismo -pero el arquitectura la modernidad canónica fue obra de arquitectos cercanos al régimen de Mussolini.
El hieratismo, la rigidez, las miradas duras o vacías, al contrario que la imagen blanda del novecentismo o noucentismo catalán (salvo Togores), caracterizan a las figuras, ubicadas en ciudades vacías o despobladas, semejantes a ruinas bajo una luz inmisericorde. Se diría que más que una evocación de un mundo ideal, intuyen el horror que se aproxima.
Esta pintura llamada metafísica, de la que no solo de Chirico sino también Carrá, Savinio y Morandi en los inicios son ejemplos deslumbrantes, entre los que podría ubicarse el arquitecto y decorador Giò Ponti, incluye a pintores menores o locales, como el artista de Trieste Carlo Sbisà, hoy seguramente caído en el olvido (su pintura tardía religiosa, parecida a Pruna, lo merece), pero con una obra en ocasiones dura y enigmática, bajo una luz crepuscular o nocturna, que decora algunos edificios racionalistas, construidos en época fascista, de la ciudad de Trieste.
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