“¿Dónde está Jango, dónde está? Por favor, que alguien lo busque y lo encuentre.”
La frase era recurrente, no tanto en los ensayos cuanto en los minutos que precedían el inicio de la segunda parte de la obra Falsestuff, de Nao Albet y Marcel Borràs, en el Teatre Nacional de Catalunya, de Barcelona, en julio de 2018. Se le buscó en todos los rincones: en los camerinos. En la sala, por las escaleras, hasta fuera del teatro. Pero un teatro en una caja de sorpresas, un juego de muñecas rusas, con estancias dentro de estancias, pasillos sin salida, y escaleras que desembocan en lo alto del escenario, suspendidas del vacío. Y Jango podía estar en cualquier o en ninguna parte. Podía haberse ido. Para siempre.
Su partida no hubiera sorprendido. Una pistola de fogueo, disparada accidentalmente demasiado cerca de su cara durante un ensayo, a poco del estreno, le produjo una severa quemadura. El disparo tan cerca del oido le dejó sordo por unos momentos. Jango se revolvió, furioso, desconcertado y dolorido. Lo que no debía ocurrir se había producido (desde entonces, el uso de armas de fogueo en escena requiere la firma de un documento en el que se advierte del peligro y se asume las posibles consecuencias, y la revisión diaria de las mismas, guardadas en un lugar seguro). No iba a seguir con los ensayos ni con la obra. Regresaba esta misma tarde a su casa en Los Ángeles. Se había acabado el juego. Preocupación, pánico entre los intérpretes y los directores de la obra por la herida, el error que podía volver a producirse con consecuencias aun más graves, y por la amenaza de abandono. Sin la. interpretación de Jango Edwards la obra no podría llevarse a cabo.
Jango no partió. Su interpretación entregada era, cada noche, imprevisible. Podía recitar palabra por palabra, u olvidarse del texto, incluso de entrar en escena. El resto de los actores debían estar preparados para improvisar una salida si Jango desaparecía, replicaba a destiempo o un texto nuevo, o no replicaba. Pero Jango dominaba la escena. Su presencia, física o latente, no empequeñecía a los demás actores, no actuaba para él, no buscaba el protagonismo, sino que lograba que todos sacaran lo mejor de sí mismos.
Falsestuff volvió a representarse, cinco años mas tarde, en el Centro Dramático Nacional, en Madrid. Los directores no pudieron volver a contratarlo. Jango ya había anunciado que pronto partiría. Y esta vez en serio y para siempre. Mas, como siempre, su despedida, ayer, tomó a todos los que habían trabajado con él por sorpresa. Se esperaba en que no cumpliría con su aviso. Jango era un payaso. Por eso siempre cumplió con su palabra. Sagrada.
Esté dónde esté, podrán disfrutar de su presencia. A expensas de su, sin duda, amenaza de regresar abajo, quien sabe cuándo, para no dejar a los espectadores desolados definitivamente desamparados.
A Jango Edwards (1950-2023)
Y a Marcel Borràs, Nao Albet y Anabel Labrador.
Y a Laura, Diana, Sau-Ching, Naby, Víctor y Thomas -para siempre
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