lunes, 25 de septiembre de 2023

La llave

 El cuadro La rendición de Breda, de Velázquez, ilustra un momento decisivo en la vida de las ciudades y las casas: la entrega de las llaves al nuevo poseedor.

Una llave es una clave: cierra, sella, y por tanto protege, convirtiendo una casa en un hogar, y una ciudad en un lugar seguro de acogida -a medianoche, las ciudades, en la Edad Media, cerraban las puertas de la ciudad con llave-, pero, obviamente, abre también  las puertas para que podamos habitar las casas. Durante años, y hasta hace una veintena de lustros, los barrios de las ciudades, al caer la noche,  eran recorridos por funcionarios municipales, los serenos, poseedores de las llaves de todas las casas, todos los pisos de un número de calles, que podían ser llamados para abrirnos la puerta del hogar las noches que nos habíamos olvidado las llaves. Una llamada en voz alta, dando palmas, ¡sereno! -el sustantivo evoca la serenidad con la que vivíamos el olvido de una llave, que no nos condenaba a pasar la noche al raso-, era atendida casi de inmediato. El sereno, impecablemente trajeado y encasquetado de oscuro, extraía un desmesurado llavero formado por un aro metálico sostenido por una cadena a la cintura, del que colgaban las llaves, grandes y chicas, de todas las porterías y los pisos.

Una casa sin llave no es un hogar. No es un espacio seguro, o es un espacio cerrado a cal y canto, al que no tenemos acceso, o es una cárcel de la que no podemos escapar. Perder las llaves es aterrador. Nos encontramos encerrados, o no podemos refugiarnos en casa. La pérdida de unas llaves implica a veces el robo de las mismas y la posibilidad que la puerta de la casa haya sido forzada o abierta, y nuestra vida puesta patas para arriba. Entrar en una casa en la que todos los objetos, los muebles y la ropa han sido removidos por manos ajenas, estremece.

Tener una llave es tener una solución a un problema, un conflicto. Una llave abre la caja del tesoro, pero ya en si misma, es un tesoro. Ofrece la garantía de que podremos regresar a casa, que tenemos una casa. Una compra se sella con la entrega de las llaves.

Una venta conlleva el movimiento contrario. Las llaves transitan de nuestras manos a manos ajenas que se “harán” a partir de entonces con lo que fue nuestra casa. Ya no podremos acceder acceder a ella, ya no tendremos ningún derecho sobre ella. La casa vivirá según un ritmo que no podremos ni deberemos controlar, ni sentir siquiera. Del mismo modo que al hijo que parte a vivir con el progenitor que abandona el hogar -o al que hemos pedido que lo abandone- le requerimos la llave, para simbolizar su preferencia por una casa ajena, del padre o la madre, que nos deja, toda entrega de llaves sella nuestra expulsión de lo que ha sido hasta entonces nuestro refugio -o nuestro infierno. 

Y los nuevos propietarios se afanarán en cambiar el paño de la puerta, no ocurriera que guardáramos un juego de llaves escondido. La banal metáfora sexual de la llave adquiere un sentido inesperado. La llave que no entra o gira en la cerradura express bien la pérdida, la entrega de lo que ha constituido nuestra vida.


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