Los laudatorios textos sobre la blancura de los mármoles griegos, del Partenón, en particular, que Le Corbusier escribió en sus primeros textos, fruto de su viaje a Grecia y al imperio otomano podrían no solo revelar un cierto gusto estético sino una cierta ética -o falta de ella.
La blancura era un símbolo de pureza. Su aprecio, una muestra de elevada sensibilidad.
En cambio:
“ La decoración es sensorial y primaria, al igual que el color, y es adecuada para gente sencilla, campesinos y salvajes. La armonía y la proporción apelan al intelecto y cautivan al hombre culto.
[...] El decorado es la superfluidad necesaria, el quantum del campesino, y la proporción es la superfluidad necesaria, el quantum del hombre culto."Este fragmento pertenece a la considera como biblia fundacional de la arquitectura moderna occidental: Hacia una arquitectura, publicada en 1923.
Es difícil, inoportuno y sin duda improcedente juzgar un texto que tiene más de cien años -incluso si se le toma por un portazo al pasado y una puerta abierta a una modernidad que parece no tener fin, pese a los cantos de sirena.-, con los ojos y los criterios de hoy.
El texto lo enuncia claramente: el gusto por la decoración y el color es una muestra de mal gusto, o de gusto burdo. Este gusto no educado, vulgar es propio de ignorantes, pobres, campesinos y salvajes; es decir, todos los que quedan fuera de la élite occidental. Los primitivos, los maleducados y los que nada tienen manifestan su interés por lo recargado y lo chillón. En cambio, el hombre blanco -no queda claro si la mujer blanca también goza de este sensibilidad- prefiere la desnudez y la blancura. A medida de la creciente educación y fortuna, el gusto se decanta por el vacío. La ornamentación es un medio para colmar vidas que nada tienen.
No solo los que no comparten valores elevados y bolsas abultadas disfrutan de lo abigarrado. También lo hacen los “salvajes”, sean educados o no, ricos o pobres. Por definición no pueden compartir los valores aristocráticos propios de la clase -o raza- blanca educada y adinerada, y gustos exquisitos, sublimes y caros. La blancura marmórea les suscita indiferencia, lo que denota una palmarla falta de gusto que solo está a disposición de la alta burguesía y la aristocracia con posibles.
Las consideraciones de Le Corbusier sobre los supuestos valores éticos de la blancura y la desnudez, que no están al alcance de los pobres y los “primitivos” -los salvajes, es decir, los que no están domesticados, formados en los valores de los “blancos”- echan una curiosa sombra sobre la blancura y el despojamiento de la arquitectura moderna racionalista, según la visión de Le Corbusier. Su construcción ¿acaso sería una muestra de altanería occidental, y una manera de expresar que quienes disfrutan de su creación y posesión, no se mezclan con quienes chapotean en la proliferación decorativa y, peor aún, coloristica.
¿Racionalismo y racismo -según se desprende de Hacia una arquitectura (un título que bien sugiere que la arquitectura se halla al final de un despojamiento que solo el hombre blanco culto y adinerado alcanza?
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