jueves, 24 de abril de 2025

El mal gusto (según ale Corbusier)

 Los laudatorios textos sobre la blancura de los mármoles griegos, del Partenón, en particular,  que Le Corbusier escribió en sus primeros textos, fruto de su viaje a Grecia y al imperio otomano podrían no solo revelar un cierto gusto estético sino una cierta ética -o falta de ella.

La blancura era un símbolo de pureza. Su aprecio, una muestra de elevada sensibilidad.

En cambio: 

 La decoración es sensorial y primaria, al igual que el color, y es adecuada para gente sencilla, campesinos y salvajes. La armonía y la proporción apelan al intelecto y cautivan al hombre culto.

[...] El decorado es la superfluidad necesaria, el quantum del campesino, y la proporción es la superfluidad necesaria, el quantum del hombre culto."

Este fragmento pertenece a la considera como biblia fundacional de la arquitectura moderna occidental: Hacia una arquitectura, publicada en 1923.

Es difícil, inoportuno y sin duda improcedente juzgar un texto que tiene más de cien años -incluso si se le toma por un portazo al pasado y una puerta abierta a una modernidad que parece no tener fin, pese a los cantos de sirena.-, con los ojos y los criterios de hoy.

El texto lo enuncia claramente: el gusto por la decoración  y el color es una muestra de mal gusto, o de gusto burdo. Este gusto no educado, vulgar es propio de ignorantes, pobres, campesinos y salvajes; es decir, todos los que quedan fuera de la élite occidental. Los primitivos, los maleducados y los que nada tienen manifestan su interés por lo recargado y lo chillón. En cambio, el hombre blanco -no queda claro si la mujer blanca también goza de este sensibilidad- prefiere la desnudez y la blancura. A medida de la creciente educación y fortuna, el gusto se decanta por el vacío. La ornamentación es un medio para colmar vidas que nada tienen.

No solo los que no comparten valores elevados y bolsas abultadas disfrutan de lo abigarrado. También lo hacen los “salvajes”, sean educados o no, ricos o pobres. Por definición no pueden compartir los valores aristocráticos propios de la clase -o raza- blanca educada y adinerada, y gustos exquisitos, sublimes y caros. La blancura marmórea les suscita indiferencia, lo que denota una palmarla falta de gusto que solo está a disposición de la alta burguesía y la aristocracia con posibles.

Las consideraciones de Le Corbusier sobre los supuestos valores éticos de la blancura y la desnudez, que no están al alcance de los pobres y los “primitivos” -los salvajes, es decir, los que no están domesticados, formados en los valores de los “blancos”- echan una curiosa sombra sobre la blancura y el despojamiento de la arquitectura moderna racionalista, según la visión de Le Corbusier. Su construcción ¿acaso sería una muestra de altanería occidental, y una manera de expresar que quienes disfrutan de su creación y posesión, no se mezclan con quienes chapotean en la proliferación decorativa y, peor aún, coloristica.

¿Racionalismo y racismo -según se desprende de Hacia una arquitectura (un título que bien sugiere que la arquitectura se halla al final de un despojamiento que solo el hombre blanco culto y adinerado alcanza? 


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