lunes, 19 de mayo de 2025

Horror vacui

 





Tras dieciocho años de espera y de trabajos, se ha inaugurado el segundo parque más grande de Barcelona, el parque de las Glorias, ubicado en una rotonda de gran tamaño que sustituyó a una plaza de grandes dimensiones y planta rectangular, una plaza de armas proyectada por el urbanista Idelfonso Cerdá, que mitad del siglo XIX y que nunca se construyó. La rotonda, en cambio pasó por diversas fases, siempre desgraciadas, y constituyó un agujero negro en la ciudad hasta el actual parque.

Éste responde a “un ecosistema urbano plurifuncional”, signifique lo que signifique esta expresión. Su descripción o evocación pasa por una enumeración: una interminable lista de espacios acotados y objetos, más o menos circulares,  dispuestos, como en un cajón de sastre sobre un plano horizontal. Un conjunto de objetos y espacios inconexos: toboganes, áreas de juegos infantiles, espacios “para mascotas” (que no sean niños), umbráculos, “parques de agua” (chorros que emanan del suelo), quioscos, zonas deportivas, viveros, etc. La lista recuerda la célebre serie numeración de los animales del emperador chino, según el escritor Jose Luis Borges, que comprendía animales embalsamados, fabulosos, sirenas, incluidos en esta lista, dibujados por un pincel compuesto por un fino pelo de camello, y etcétera, entre otros.

Parque grandes decimonónicos, como el parque de la Ciudadela de Barcelona, El Retiro en Madrid, el Bosque de Boulogne en París, o el Central Park de Nueva York, apenas dan pie a enumeración alguna. Un umbraculo, un quiosco de música, quizá un estanque…. Desde luego, la corta enumeración no da cuenta de lo que el parque es. Éste no resulta de una suma de cosas disparatadas y desparejadas.

En los parques decimonónicos uno se puede perder -sin sentir preocupación-, pero no se desorienta. Encuentra senderos, que siguen rectos, se bifurcan, ascienden y descienden, giran y prosiguen. El visitante se adentra en un mundo distinto del espacio urbano; logra olvidarse de éste. Tan solo llega un rumor de fondo. El parque recuerda un país de las maravillas, que invita a la exploración.

En el parque de las Glorias es imposible perderse. Pero no se sabe dónde ir. No existen caminos, sino tan solo espacios entre áreas. Es lo que queda si se abstraen aquéllos. No llevan a nada. El espacio, el paseo no existen. Solo cuentas bultos. El espacio se llena, se anula. El parque se asemeja a una ciudad sin calles ni pasos. Se asemeja más a un atestado trastero (verde).

Del parque antiguo no se quiere salir. Se buscan los caminos más secretos, evitando las salidas. Una y otra vez, uno vuelve a adentrarse en el parque, obviando la ciudad. El parque constituye un alto o un paréntesis que se quisiera durara tiempo, como si de un espacio sagrado se tratara. Y, a la salida, el recuerdo permite proseguir el camino mentalmente. El parque constituye el espacio en el que uno se abandona, libre de imposiciones. 

El parque de las Glorias, en cambio, obliga a dar un rodeo, intentando no poner el pie en él. Si el recorrido es inevitable, la búsqueda de la salida deviene una necesidad, acentuada por los obstáculos encontrados. Un nuevo obstáculo. Hasta el próximo proyecto. 





Fotos: Tocho, mayo de 2025

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