Apolo, bronce del santuario de Apolo en el foro de Termes, copia en Museo Numantino, Soria. Original en el Museo Arqueológico Nacional, Madrid






Fotos: Tocho, mayo de 2025
Aunque preguntarse por el origen y el significado de los nombres propios suele dar lugar a explicaciones fantasiosas, es cierto que es tentador asociar el nombre de la ciudad celtíbera - romana de Termes o Tiermes -un nombre ya existente en época romana- con el sustantivo griego trema (τρῆμα), compuesto posiblemente a partir de una raíz indoeuropea, presente en palabras como trauma (una honda marca indeleble que conforma a una persona), que significa orificio, agujero, en el verbo taladrar, y en el nombre del insecto capaz de abrir túneles en la madera: la termita.
Esta relación tendría sentido.
Las construcciones originarias celtas o celtíberas, sobre las que se edificó la ciudad romana, estaban talladas o esculpidas en la piedra arenisca rojiza, adentrándose las estancias, bien conservadas aun, en la roca.
La ciudad no se apoyaba sino que penetraba en los bloques de piedra, ubicados a mil doscientos metros de altura, en un páramo montañoso barrido por los vientos, por el que se inician los cursos del Tajo, el Duero y el Manzanares. La ubicación perfecta, con multiples puntos de agua traídos por acueductos.
La ciudad romana, sin embargo, levantaba cabeza. Se alzaba contra el viento. Disponía de dos foros. El foro principal se construyó sobre una imponente terraza que se alza sobre la pendiente como la proa de de un barco. Este espolón no constituía dos altos muros ciegos, ya que éstos fueron utilizados como fondos de comercios protegidos por un pórtico: lejos de imponer, la base del foro estaba animada por el mercado a sus pies, y evitaba la hierática y distante monumentalidad de la terraza, dotándola de un carácter propiamente urbano, al servicio de la ciudad, protegida por la triada de templos que se alzaban sobre la alta base de piedra.
Una excelente, discreta y clarificadora intervención a cargo de profesores de Valladolid y de Madrid, delimitando bien las plantas de las construcciones, sobre las que discurren ligeras pasarelas, permiten apreciar la perfecta adaptación de la ciudad celtíbera y su posterior transformación romana, sobre el promontorio rocoso que domina sierras y valles cubiertos por una densa y oscura vegetación. Una ciudad abandonada desde hace milenios aferrada unas lomas de piedra, una ciudad-cueva perfectamente esculpida y de algún modo reanimada.
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