sábado, 26 de octubre de 2019

El pan de cada día (entre Erbil y Mosul)







Carretera de Erbil a Mosul (Iraq), transitada sobre todo por camiones. Cinco y cuarto de la mañana. A la derecha, yendo hacia Mosul, en un descampado polvoriento, está abriendo al público un horno de pan de leña, ubicado en un pequeño hangar de plancha metálica.
Trabajan cuatro personas: quien amasa en una máquina rotatoria accionada a mano, levantando y depositando una masa informe, casi blanca, que le cuelga de los brazos, y da forma a panes individuales en forma de huso en una estancia vecina; quien los coloca en bandejas alargadas de madera, tras desplegar una tela blanca en el fondo de las bandejas, y las entrega al panadero; quien, con una larga pala, los cubre con agua azucarada, los emplaza en el horno y, cuidando cuando se abomban tras un par de minutos (los panes, con apenas levadura, son huecos), los saca, dorados y brillantes, con la pala y los echa, haciéndolos resbalar por el mango de la pala, en una gran caja situado al pie de la mesa de trabajo, donde un cuarto trabajador los recoge y los distribuye en bolsas de plástico cuando se venden, mientras el panadero ya coloca una nueva hornada, y abre o cierra una compuerta del horno para que entre más o menos aire y avive o atenúe el fuego.

Los desplazamientos, los gestos de las cuatro personas, en silencio, están casi coreografiados: gestos repetidos día a día, incesantemente, cada dos minutos, precisos, minuciosos y elegantes, gestos de los brazos, de las manos, del cuerpo incluso, contenidos y exactos, atentos a la vida del pan que se infla y pronto cede, una breve vida.







Fotos y filmaciones: Tocho, octubre de 2019


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