Teorizar, como ya hemos comentado, significa, literalmente mirar atentamente. Una teoría, en griego, era un espectáculo digno de verse .entre los que destacaban las procesiones; y procesión o desfile aún se dice teoría-, y un teórico era un espectador.
El objeto que nos llama la atención, y se convierte en el objeto de nuestras atenciones o desvelos, se encuentra ante nosotros. El encuentro puede haber sido buscado por nosotros (o por el objeto), o puede haber sido fortuito. Lo que se ha producido es un reconocimiento mútuo. El objeto no nos deja indiferente; no pasamos de largo, sin ni siquiera echarle el ojo; simultáneamente, el objeto ha decidido abrirse a nosotros, comunicarse con nosotros, revelarse. Mientras unos desfilan sin entender qué es y qué significa lo que se interpone en su camino, para otros, por el contrario, el objeto les "habla", y disfrutan y se enriquecen con lo que la obra tiene a bien contarles. Joan Miró se refería a esos encuentros casuales con guijarros a los que, inesperadamente, convertía en obras suyas o, mejor dicho, a los que rendía un homenaje poniéndolos en un "altar" -extrayéndolos de un entorno amorfo, carente de cualidades.
La obra nos hace estar atentos; nos convierte en seres sensibles, que se dan cuenta de dónde están, qué hacen y quienes son. De pronto, somos conscientes de lo que nos ocurre. La obra actúa como un espejo en el que nos miramos y nos vemos. La obra nos expone lo que somos. Nos "personaliza"; nos "distingue", nos hace distintos y distinguidos. La obra es una voz que nos interpela, nos llama -y no podemos no prestarle atención.
Pero el encuentro también permite singularizar el objeto. Confundido entre otros entes, indistinguible de lo que lo rodea, nuestra mirada -y nuestra razón que al momento se pregunta por la "razones" del objeto, por lo que puede significar- reconoce, separa y exalta lo que salta a la vista. Nuestra mirada atiende a la imagen del objeto. Lo envuelve. Lo convierte en un ser dotado de presencia. Ya no es un ente (inerte), sin "personalidad". Nuestra mirada, una mirada atenta y respetuosa, que no es ávida, indiferente ni menospreciativa, que manifiesta interés por lo que "es" lo que observa, desvela -o concede- el ser a las cosas con las que cruza la mirada.
La mirada estética no es pasiva; no consiste en un mero registro de lo que hay, sino que, activa y creadora, desvela que las cosas son, les concede en el fondo el ser. Entre la creación y la admiración no existen diferencias: ambas son acciones que tienen como fin o como consecuencia enriquecer el mundo, dotándolo de nuevos seres, y enriquecernos.
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