martes, 22 de noviembre de 2022

NILES SPENCER (1893-1952): LA CIUDAD PRECISIONISTA

















































 Los museos norteamericanos de arte moderno suelen exponer, antes de las salas dedicadas al Expresionismo Abstracto (y el Pop Art), unas pocas estancias con cuadros de pequeñas dimensiones, de pintores poco conocidos fuera de los Estados Unidos, a veces un poco torpes, simplistas o de formas simplificadas, geométricas, con una geometría que no se despega totalmente de la realidad, que recuerdan al Art Deco, o un cubismo tardío, decorativo, pero encantador, que halla sus temas más proclives a dichas maneras en la ciudad. Son escenas urbanas o industriales, casi siempre carentes de personajes, en las que los muros de las casas se convierten en  una sucesión o una superposición de planos coloreados, sin la imagen enigmática , de difícil lectura, del primer cubismo. La perfección de los trazos, los colores planos, la meticulosa pintura, la ausencia de sombras, el silencio que emana de las escenas, podría acercar estas vistas urbanas y suburbanas a la pintura metafísica italiana del primer decenio del siglo pasado, si no fuera por la ausencia de elementos extraños a la composición que dificultan, pero también multiplican, las interpretaciones de los enigmas pictóricos de de Chirico, Carrà o Savinio.
Las pinturas preciosistas, pintadas con precisión  (precisionismo es el nombre del estilo seguido por esos artistas norteamericanos del periodo de entreguerras, a menudo después del crack bursátil y la miseria posterior de finales de los años 20), son ingenuas, atractivas, y pintadas con dedicación, esfuerzo y lentitud, casi un estilo cercano a la pintura flamenca renacentista. Colores matizados, luces de duermevela, de tarde de domingo que se apaga, casas sin más ornamentos que altas chimeneas y tuberías, las vistas urbanas, como las de Niles Spencer, suscitan melancolía. Lejos de ser un canto a la máquina , parecen más bien una mirada ensimismada hacia un pasado reciente y lleno de optimismo que la crisis del 29 enlutó, dejando ciudades vacías, convertidas en decorados sin actores a los que acoger.  Ciudades de cuento sin la hiriente presencia de la miseria, que se intuye tan solo.
  






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