La relación entre fotografía y arqueología data de los años veinte del siglo pasado, y ha cambiado la historia del arte.
Fotos de piezas arqueológicas, fuera de contexto, aisladas, sobre un fondo liso, negro; fotos que destacan partes de las figuras, rostros sobre todo, observados desde distintos ángulos, impidiendo descubrir sus verdaderas dimensiones, creando la ilusión que piezas diminutas parezcan o sean obras monumentales; fotos que enfocan obras arqueológicas, necesariamente unidas a entornos que se han perdido, o de las que se las ha extraído, como si fueran obras modernas o contemporáneas, piezas que han perdido su función mágica o sagrada y se han convertido en obras cuya única razón de ser consiste en despertar sensaciones, en causar impresiones, en dar qué pensar sobre su posible significado; fotos que han agrandado el número de obras de arte con la metamorfosis de la arqueología en arte; fotos, en suma, de obras antiguas de grandes fotógrafos como Horacio Coppola , el gran retratista del arte mesopotámico, o Man Ray, quien convirtió la imaginería africana o las estatuillas sagradas mesoamericanas en obras capaces de sumarse al arte cubista, expresionista o surrealista, pese a que las preocupaciones de quienes las ejecutaron sin duda nada tenían que ver con las de los artistas modernos, interesados más en sorprender al espectador que al ponerle en contacto con las fuerzas encarnadas en las efigies.
Algunas hermosas pequeñas fotografías en blanco y negro dedicadas a una figurilla Mesoamericana de Man Ray se pueden contemplar en una exposición en Madrid, en la que destacan cómo las obras más atractivas -en medio de un exceso de obras de menor interés.
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