Las artes de la imagen reproducen y multiplican la figura del soberano: pinturas, esculturas, fotografías e imágenes fílmicas permiten que el gobernante se halle en múltiples sitios a la vez, un poder que solo los dioses poseen. Pero son imágenes, y no la encarnación, aquí y ahora, del monarca -salvo que creamos en la capacidad mágico-religiosa de la imagen de ser lo que representa; de ser una presencia y no una figuración.
Las artes de la escena, acompañan y magnifican el aura del monarca; las letras lo cantan: repiten y exaltan sus palabras. Pero existe un cierto desajuste temporal y espacial entre lo que el monarca enuncia y lo que la escritura fija. La voz cantante, literalmente, es la del monarca, no la del escribano, aunque sin el trabajo de éste, las palabras del monarca quedarían en el aire.
La fascinación y la singularidad de la arquitectura es el tipo de relación que mantiene con el poderoso. La arquitectura no solo está habitada por aquel, sino poseída por él. Todos los rasgos, todas kas medidas están a la medida del monarca. Su presencia y su poder están en el edificio. Éste visualiza el poder o la creencia en el poder del soberano. Sin la arquitectura el rey está desnudo. Hasta hoy mismo, un mandamás necesita un arquitecto que exponga y acote el poder de aquel, que dé la medida de su poder.
Una de las obras de arquitectura que mejor traducen el aura del monarca fue el palacio que el emperador neo-asirio Sargon II (en asirio: Šarru-kīn) mandó construir. En verdad, Dur Sharrukin (El palacio de Sharrukin, hoy Khorsabad) no fue tan solo un palacio, sino una ciudad de nueva planta, la nueva capital del imperio neo-asirio, en el siglo VIII aC.
Esta ciudad no se entiende ni existiría sin Sargon II. Como toda lengua semita, el asirio era una lengua cuyos signos gráficos -en este caso, signos silábicos y no alfabéticos- tenían también un valor numérico: eran sílabas y números.
Todas las medidas de las plantas y los alzados responden a las medidas que el nombre de Sargon II encapsula.
En Mesopotamia, como en toda cultura antigua, los nombres forman parte del ser y lo definen. El alma o lo inmaterial no son los únicos elementos que denotan quién es ni cómo es una persona. Su nombre también lo es todo : dice lo que una persona es y será. El nombre está íntimamente relacionado con un ser, cuyo ser, las potencias y cualidades de cuyo ser se desvelan a través de su nombre.
Las medidas de las construcciones, las relaciones entre éstas, proceden del valor numérico de Sargon II. Si gracias a unas medidas se materializa un ente o un ser, que adquiere un cuerpo y una personalidad, estos son visibles desde lejos gracias a la capital que Sargon II mandó construir.
Sargon II estaba presente en el mundo, en la naturaleza. Su palacio, como todos los palacios neo-asirios desde entonces, comprendían jardines -regados por el agua traída a través de acueductos de las estribaciones de los montes Tauro. Los jardines no tenían funciones decorativa, lúdica o “ecológica”, ni trataban de “naturalizar” la ciudad, según el enrevesado lenguaje de la teoría arquitectónica actual. Lo que los jardines urbanos expresaban era la conexión del monarca con la naturaleza, la presencia de aquel en ésta, que crecía cíclicamente grqcias a la figura del monarca. Los jardines manifestaban la presencia vital del monarca, sin el cual el mundo se derrumbaba.
A través de su ciudad, aún conservada, en el norte de Iraq, Sargon II mantuvo el ánimo de los asirios para quienes el fin del mundo no acontecería, y sigue presente entre nosotros.
Agradecimientos a la historiadora de las religiones, la doctora Mariagrazia Masetti-Rouault, especialista en la cultura neo-asiria, por sus explicaciones reveladoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario