Relieves en el yacimiento de Khinnis con efigies del emperador Senaquerib en las fuentes que alimentaban las ciudades neo-asirias de Nínive y Arbales (Irbil)
Acueducto neo-asirio de Jewan para llevar el agua hacia Nínive y Arbales
Fotos: Tocho, octubre de 2025
El título puede parecer fácil, zalamero, barato o provocador.
No lo es. Aunque los sueños de poder imperiales suelen ser eróticos -se sueña con posee el mundo, como si el mundo se sometiera a nuestros caprichos-, el sueño -y su realización- del emperador neo-asirio Senaquerib, en el siglo VIII aC, era literalmente húmedo. Sueños y logros de descomunales trabajos hidráulicos, nunca emprendidos hasta entonces, y anteriores en cinco siglos a trabajos similares romanos, para llevar con éxito el agua de múltiples fuentes en las montañas del Tauro a trescientos cuarenta quilómetros de distancia, para el regadío de los “jardines colgantes” de Nínive -que no de Babilonia- y las necesidades en agua de la ciudad de Arbales (la actual Irbil). Trabajos con los que el emperador expresaba su dominio del mundo natural puesto al servicio de los humanos, dominio que los dioses concedían al soberano.
Múltiples fuentes fueron canalizadas y conducidas a una presa desde donde arrancaba un canal aún visible que cruzaba un río (hoy seco) por medio de un gigantesco acueducto de sillares de piedra antes de proseguir su camino por un canal exterior o un conducto interno que atravesaba montañas.
Las fuentes, que manaban de la roca bajo la atenta vigilancia de leones esculpidos, cuyas aguas se recogían en grandes receptáculos de piedra antes de verterse en un pantano, estaban bajo la protección de la efigie del emperador -el relieve neo-asirio más grande del mundo- en compañía de efigies divinas y de sus encarnaciones, símbolos o atributos animales en forma de León o de dragón.
Efigies divinas esculpidas en hornacinas en lo alto del acantilado controlan el lugar.
La inmensa pared rocosa esculpida presenta numerosos orificios. Son de época persa, cuando se extendió el culto monoteísta zoroástrico, a la caída del imperio neo-asirio, y numerosos anacoretas se recogieron cabe las fuentes de la vida, en un nuevo renacer.
Los relieves fueron muy dañados por bombardeos del ejército iraquí contra la población kurda en 1966. Entre los relieves prácticamente desaparecidos, uno singular, inesperado: un jinete a caballo -del que solo se conservan las patas: Alejandro, cuando visitó el yacimiento.
No lejos de las fuentes, un acueducto de sillares de piedra descomunal sortea el lecho de un río, hoy seco. Un canal surcaba la parte alta del acueducto , en perfecto estado. Multiples inscripciones perfectamente legibles, a ambos lados de la obra, proclaman el nombre del comanditario: el emperador neo-asirio de Senaquerib.
Las fuentes, el acueducto y los canales formaban parte de una obra hidráulica que recorría una parte del imperio para traer el agua a dos de las capitales neo-asirias.
Las fuentes siguen manando. El agua es limpia. En el primer milenio aC, sin embargo, el caudal de las fuentes y del rio en el que desembocan no se secaba ni siquiera en pleno verano. En octubre, hoy, el agua ha vuelto.


































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