Un meme -una palabra creada hace unos cincuenta años- designa una imagen (fija o en movimientos) en la que chocan texto e ilustración. De las chispas del choque, casi siempre cómico, irónico o sarcástico, se desvela, fugaz y fulgurantemente, una cara de la realidad que siempre estuvo allí, pero que nadie había visto o querido ver.
El meme despelleja la realidad y libra lo que las imágenes y las palabras pomposas, la palabrería, recubren como un exceso de nata de bote sobre un pastel casero tambaleante. El meme expone con gracia y estilete la poca gracia de la realidad.
El meme bebe más del collage surrealista que de la viñeta cómica o de la tira cómica periodística. Las imágenes proceden del pozo sin fondo de internet. El comentario personal, agudo, sibilino, elegante y cortante surge con fuerza -cuando se hubiera querido mantener a escondidas-. Y las redes sociales divulgan la ocurrencia -que es algo más y algo distinto a una ocurrencia, porque lo que sacan a la luz no volverá a la oscuridad y ya no será posible ver de la misma manera la realidad.
La circulación incontrolable, imprevisible, del meme lleva a que un meme nazca de otro meme, formándose una cadena que va rascando la caspa, la costra, la falsedad o nimiedad de la realidad que la imagen -que el meme sacude- aureola con una luz que solo puede suscitar la burla por el brillo involuntariamente gratuito, barato, absurdo o grotesco, cuando quería deslumbrar.
Lo que el meme expone no se puede resumir ni contar. Se tiene que ver y leer. En ocasiones, el estupor, o la incomprensión invade el espectador. ante el humor británico o salvaje -pero nunca grosero ni torpe. Hasta que, de pronto, se entra en el juego y se pierde pie. El meme es irresistible, y siempre sorpresivo. Su acidez decapa los revestimientos que esconden imperfecciones y sobre todo las vergüenzas, y el rey queda desnudo.
Pero la verdad no se impone como una proclama. El meme no canta la verdad. No es un edicto ni un tratado de moral. No da consejos. No se burla por el placer de burlarse, sino que hace estallar las costuras de un traje tan estrecho que pretende hacer pasar por finura la bastedad.
La verdad solo está en la mirada del espectador que entiende lo que el meme apunta y completa el texto que sugiere en silencio. El meme es silencioso. Su efecto es atronador. Y las proclamas huecas, desde entonces, solo provocar el arqueo de cejas.
El meme mata la indignidad de quien se pavonea, hinchado como un ratón que se creyó un león.
Agradecimientos a Rosa Llinás y Elisa Vegue, arquitectas y teóricas del meme, en las horas muertas esperando, sentados en el polvo, en una misión arqueológica en el desierto, que tras en último golpe de piolet en la tierra, aparezca la tapa de un tesoro (lleno), mientras que solo se recogen restos cerámicos polvorientos -pero imprescindibles para conocer, entender y aceptar el destructivo paso del tiempo en las perdidas huellas del pasado humano.
Amén

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