Cómo habría cambiado el mundo si Roma no hubiera sido la capital del imperio romano -pensemos en la posterior identificación de Roma con la sede papal, la ciudad De Dios, y sus consecuencias en Occidente y en gran parte del mundo-:
Según el escritor romano Suetonio (Vida de los doce Césares, 79, 3) “un rumor, con bastante consistencia”, sostenía que Julio César pensó en trasladar la capital de la República Romana, con toda la administración y el ejército, de Roma a Alejandría o a Troya.
Troya era la madre de Roma gracias al príncipe troyano Eneas, hijo de Venus, que, tras la caída de Troya, huyó, con su anciano padre y su hijo pequeño, buscando donde fundar la nueva Troya: Roma, en el Latium. En época tardo-republicana, Eneas, y no Rómulo y Remo, era considerado el verdadero fundador de Roma.
Constantino también pensó en convertir Troya -que, en el siglo IV, ya no era sino un pueblo semi-destruído, poco antes saqueada por los Godos- en la nueva capital del Imperio, “de igual categoría que Roma”. Llegó incluso a proyectar un palacio imperial y a colocar los cimientos de esta nueva ciudad y empezar a levantar la muralla de la ciudad “hasta que cambió de idea” y partió hacia el puerto de Bizancio -que acabaría siendo la capital del imperio oriental (Zósimo: Nueva Historia, 2, 23, 1)
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