La metáfora del hogar como un centro del mundo es habitual. La casa se percibe como un refugio desde el que se organiza todo el espacio. es un centro que irradia.
La puerta media entre el interior y el exterior. Cierra, defiende, pero también abre la casa a la intemperie. La puerta es frágil. Debe ser protegida. Ritos, aún hoy, buscan impedir que el "daño" se instale en el interior.
Puerta, en latín, se decía fores. Esta palabra estaba asociada a foris. Su significado es evidente: fuera. La puerta, entonces, situada entre el interior y el exterior, define, nombra el espacio exterior. Ambos, interior y exterior, se necesitan. Un interior requiere la presencia del exterior: es un interior con respecto al exterior. Y podríamos escribir que al exterior le ocurre lo mismo -depende del interior, se define con respecto al interior-, si no fuera porque la puerta da nombre al exterior. Una puerta, por tanto, relacionada con el interior, asociada a él, que mira al exterior y lo organiza.
Los espacios interiores y exteriores están poblados. El espacio exterior pertenece a los forasteros: quienes viven de puertas (fores) para afuera. Los forasteros son nómadas. No tienen un espacio propio, una casa donde asentarse. Son siempre ajenos a los valores del hogar. No pertenecen a ningún lugar. Cuando se echa a una persona del hogar, un intruso, un indeseado, un repudiado, se le pone de puertas afuera. La puerta lo expone al exterior, convirtiéndolo en un extraño, un forastero, un extranjero (en inglés, foreigner) que ya no será bien recibido, que no podrá cruzar ninguna puerta más. Desde entonces será un peregrino, es decir, un habitante del ager (del espacio agrícola), necesariamente sometido a todos los peligros.
Su lugar, en todo caso, es el bosque: forestis o foresta, en latín, foresta, forêt y forest, en catalán, francés e inglés, el espacio forestal. Éste también se define con respecto a la puerta (fores): se trata de lo que la envuelve, del que la puerta se defiende, cerrando el espacio interior ante los peligros de la masa forestal.
Este espacio no es necesariamente siniestro. Es el lugar donde acontecen las "fêtes foraines": las ferias (feria, en castellano, deriva del latín feria que significa festivo; por el contrario, forain, en francés, viene del latín fores. Los feriantes, como los forains, se desplazan constantemente. No echan raíces, no crean ni poseen un espacio propio. No se organizan un lugar. Las actividades que practican, las ferias o las fiestas "foraines", son temporales, ocasionales. No son propias de la vida cotidiana, asentada. Son acontecimientos excepcionales, que se desmarcan del tiempo regulado. No obedecen a regla alguna, al menos, escapan a las reglas profanas, propias de la vida común, en común. Los feriantes -los forains- no saben, no pueden vivir en comunidad. No son comunes, son seres excepcionales, ante los que hay que vigilar las puertas ya que acarrean valores, normas propios, distintos de los que organizan los espacios acostumbrados. Atraen e inquietan, como todo lo que pertenece a lo forestal, lo venido del exterior, necesariamente desconocido.
Una puerta, una simple puerta, tras la que nos refugiamos, o que abrimos, define nuestros valores y organiza nuestra visión del mundo.
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