Advenedizo es una palabra que designa una realidad poco apreciada: una persona “venida a más”, de fama considerada poco justificada, juzgada como no preparada para las reglas de una comunidad, desconocedora de las mismas, ni merecedora del crédito que supuestamente se le concede. Un advenedizo es un rechazado, sospechoso por no pertenecer a un grupo en el que se ha introducido y en el quizá se ha impuesto, pese a no haber nacido en aquél.
Un advenedizo viene, en efecto, de fuera. No forma parte de un círculo, no tiene reconocimiento ni mérito.
Advenedizo “viene” de advena, que en latín significa extranjero (y por extensión, esclavo): es el que viene de fuera (ad), de lejos; del campo, del extranjero. Es agreste. No es una persona cercana. No es “de los nuestros”. El advenimiento es indeseado, inesperado. Perturba, altera el “orden público”, trastoca las “buenas costumbres o maneras”; no se “comporta”. Se le rechaza. Es un intruso.
Pero eso significa que nadie es un extranjero (o un extraño) de por sí; no existe un extranjero “naturalmente”, la naturaleza extranjera no tiene sentido. Se es siempre un extranjero con respecto a un grupo constituido. Es decir, todos somos extranjeros con respecto a otros. Los nativos, los autóctonos, también son extranjeros ante otros nativos. No “somos”, en esencia, de ningún sitio.
Un extranjero se diferencia de un grupo: no forma parte de él. Es, por tanto, una persona potencialmente hostil: es un extraño. No se sabe nada de él. Causa inquietud o miedo. Se desconocen sus intenciones. No responde a pautas asumidas.
El enfrentamiento es latente, quizá inevitable si no se interviene.
Es en este momento cuando las leyes de la hospitalidad cobran sentido. Desactivan la hostilidad. Tienen como fin integrar al extranjero en una comunidad, de modo que se vea, se sepa qué hace, qué piensa. Compartirá mesa, valores y costumbres. Ya no se le juzgará como un ser ajeno, un enemigo.
El extranjero venía de lejos; hoy está cerca de nosotros, somos cercanos. Ya no damos miedo. La hospitalidad era (y es o debería ser) un ritual gracias al cual todos nos convertimos en huéspedes los unos de los otros, bajo un mismo techo, alrededor de un mismo fuego.
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