Grecia tuvo esclavos. Constituían la mayor parte de los botines de guerra, mujeres y niños sobre todo, ya que los hombres de las ciudades caídas eran casi ejecutados. Las guerras, en verdad, se llevaban a cabo, precisamente para obtener bienes, entre éstos, esclavos.
Las ciudades democráticas "funcionaban" gracias al trabajo político de los ciudadanos -entre los que no se encontraban niños, mujeres, esclavos y metecos, cuyo acceso al espacio público estaba proscrito- y al productivo de agricultores, pastores, comerciantes, navegantes, artesanos y sobre todo de esclavos: personas esclavizadas, e hijos de esclavos.
Éstos formaban parte de la casas aristocráticas. Estaban atados, encerrados en éstos (el sustantivo doulos, esclavo, estaba emparentado con el verbo deoo, atar, aprisionar, encadenar. La ligazón era física, a veces, además, emocional).
La ubicación y las tareas se diferenciaban nítidamente según el género. Cada parte de la posesión estaba al cuidado de uno u otro género. Las esclavas trabajaban siempre en el interior de las casas, en las partes más alejadas de la entrada. Limpiaban, ayudaban en la higiene personal de los señores -les untaban el cuerpo con aceite, les lavaban los pies-, a quienes vestían, hilaban y tejían -siguiendo las indicaciones de la "mujer de la casa", molían los cereales (cebada y trigo) -un trabajo durísimo que deformaba los miembros-, hacían pan, cocinaban, y servían el agua. En ocasiones, eran ocasionales concubinas del señor.
Los esclavos, en cambio, trabajaban siempre en el exterior. Pastoreaban -podían tener la ayuda de esclavos más jóvenes-, cultivaban la tierra, recogían los cultivos, sacrificaban y despellejaban a los animales, preparaban y asaban la carne -para los banquetes y a veces para los templos- y, ya en el interior, servían el vino.
Queda, aún hoy, un eco, de esta relación sexual con la comida: el señor de la casa suele ocuparse del vino, y las barbacoas, al aire libre, en jardines y terrazas, durante los fines de semana y en días festivos, son "cosa de hombres". las mujeres suelen ocuparse de las comidas los días laborables.
Los esclavos no recibían ninguna paga: eran alojados y se les daba una comida diaria. Algunos lograban tener una relación estrecha, de confianza, con los señores, y podían llegar a ser liberados. Pero el maltrato, el ninguneo, también era de recibo.
No constituían, sin embargo, la clase más baja. Los pobres, que no eran esclavos, eran aún más relegados, trabajadores sin trabajo, techo ni esperanza que, a menudo, solo podían malvivir, a la intemperie, vendiéndose, perdiendo el honor (ver entrada anterior).
Luces y sombras de la ciudad y la casa griegas.
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