domingo, 14 de marzo de 2021

Maestros

 






Matteo Gandoni, Bonifacio Galuzzi, Lorenzo Pini, Giovanni da Legnani...

Habrían caído en el olvida hace siglos si no fuera por sus tumbas.
No eran condotieros, ni aristócratas. Pero fueron enterrados en tumbas historiadas. 
Fueron profesores universitarios del Estudio General (la Universidad) de Bolonia, a principios y mediados del siglo XIV. La institución apenas tenía dos siglos.
Los sarcófagos de piedra se decoraron con relieves en el que aparecían tal como eran, tal como les gustaba ser: como enseñantes ante sus estudiantes: unos escuchaban, atentamente otros se esforzaban en tomar notas a mano y, en las últimas filas, se cuchicheaba. Solían vestir como clérigos -escasos eran los estudiantes laicos- pero el hábito no siempre hace el monje.
Les enseñaron artes, derecho, quizá medicina o teología.
El campo de las artes era amplio: comprendía lógica, gramática y retórica, música, matemática, geometría y astronomía. Aprendieron a escudriñar el cielo y sus almas, y estar atentos y a expresarse; a entender las voces de otros autores y a enunciar lo que pensaban.
De hecho, sin haber seguido la carrera de las artes, no se podía acceder al resto de los estudios. Un médico o un teólogo debía saber de medidas y de mesuras, pues con la contención y en con observación, con la música terrenal y de los astros, se podían encontrar faltas y enfermedades, y hallar remedios que sanaran el cuerpo o el ama, o enseñaran a asumir el dolor o el fin.

El Museo Cívico Medieval de Bolonia atesora los relieves de dichas tumbas de maestros, imágenes únicas que nos permiten intuir el poder de la enseñanza y de la palabra cuando solo cabía la imaginación y la voluntad para salir de las paredes físicas y mentales.   

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