La artista peruana Teresa Burga acaba de fallecer cuando, más allá de Perú, empezaba a ser recordaba gracias a una Bienal de Arte en Venecia en 2015 y a la feria de ARCO en Madrid dedicada al arte moderno y contemporáneo peruano en 2019.
Con una formación de arquitecta -que se perciba en algunas obras, como la serie de linóleos titulada Lima Imaginada, de 1965, planos constructivos de esculturas y estructuras hechas de aire, y mediciones de su rostro de frente y de perfil, como en planos con cotas-, y en Bellas Artes, Teresa Burga fue una artista de Pop Art, antes de componer obras "conceptuales" de las que solo perduran bocetos, esquemas y escritos, y trabajos en colaboración con sociólogas sobre la condición de la mujer andina.
Una de sus obras más curiosas ironiza sobre la distancia que el espectador debe mantener con la obra para percibirla distanciadamente, para guardar las formas. Una esculturas luminosa -apenas visible desde lejos dada la intensidad de la luz que ciega- se desvanece lentamente a medida que las bombillas se apagan cuando el espectador se acerca hasta llegar a la absoluta oscuridad. Una obra mecánica invisible, en la que la mano de la artista no se percibe, y que, en verdad, es un enunciado que permite imaginar lo que no se puede ver.
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