martes, 23 de marzo de 2021

NFT (Arte digital, u: Original y copia)

 Desde que el ensayista alemán Walter Benjamin publicó su célebre ensayo sobre la obra de arte en la época de la reproducción mecánica en los años 30 del siglo pasado, se ha impuesto la creencia que el arte anterior se componía de obras únicas, lo que las dotaba de una cierta "magia", una "aureola", que las distinguía de los objetos seriados, mientras que en el siglo XX, dichas obras habrían sido sustituidas por imágenes producidas mecánicamente, carentes de luminosidad, pero fácilmente alcanzables, sin ya el carácter exclusivo del que disfrutaban obras de épocas anteriores.

Esta lectura del arte era falsa, salvo si intervenimos el postulado.

Las obras antiguas se realizaban mayoritariamente por medios mecánicos -los bronces, las estampas, los grabados- y con moldes -todas las terracotas antiguas son efigies producidas en serie, más cercanas al recuerdo que al fetiche. Las estatuas y los relieves se copiaban una y otra vez, al igual que las pinturas. 

Por el contrario, la fotografía analógica, que sustenta la interpretación de Benjamin, era un arte manual. Cada impresión era distinta. Por esta razón, las "copias" realizadas por el fotógrafo son valoradas como obras únicas, que es lo que son, contrariamente a copias modernas, sí impresas mecánicamente.

Solo el cine, en los años treinta del siglo pasado, era un arte verdaderamente seriado.

El cartelismo y las impresiones también lo eran, y no se distinguían de lo que se produjo desde la invención de la imprenta. La aportación de Benjamin, en cambio, fue considerar que, aunque artes menores, la publicidad y el diseño gráfico podían ser considerados artes que, por otra parte, reemplazaban ventajosamente, pese a la falta de aureola, a las bellas artes (o el arte de la pintura).

Lo que parecía anunciar el fin de la obra única -que seguramente nunca existió en los términos según los que Benjamin la concebía-, no se produjo. Es más, la obra única solo existe desde finales del siglo XX, cuando hubiera tenido que desaparecer o ser irrelevante.

Por un lado, la ley defiende ferozmente la originalidad de la obra. Es cierto que unicidad y originalidad no son cualidades idénticas, pero la singularidad o unicidad implica necesariamente la originalidad a fin de evitar que la obra sea considerada una copia o un plagio que le hace perder el deslumbramiento que produce lo que no se ha visto nunca, o lo que produce dicha revelación aunque la obra se asemeje a otra obra. El Greco produjo reiteradas copias de una misma obra, y casi todas deslumbran. Lo que pone en jaque la noción que la reproducción no produce revelación alguna.

Pero hoy, Shakespeare -y la mayoría de escritores teatrales manieristas y barrocos- no podrían publicar y serían condenados. Una obra como "Un cuento de invierno" puede ser considerada como una copia, sin apenas variaciones, de una pastoral publicada pocos años antes. Las tragedias barrocas repetían historias de tragedias clásicas griegas; lo narrado era idéntico, la narración sí se expresaba de manera personal. Pero hoy, esta defensa ya no es posible.

Por otro lado, se ha llegado a valorar obras por su sola condición de obra irrepetible. La obra se convierte en un mecanismo que impide su reproducción, independientemente de lo que muestra -irrelevante- y de la técnica empleada. La obra es su capacidad de no ser duplicada, capacidad basada en técnicas sofisticadas, en claves indescifrables; es decir en técnicas "superiores" -que son las que dotan a la obra de la capacidad de seducción y fascinación. La técnica, curiosamente no ha eliminado o ninguneado el "arte", sino que lo ha suplido.

La obra de arte se ha dotado de una aureola singular, única, precisamente gracias a la técnica, en una época en que la "mano" y la "visión del mundo" han dejado de contar para valorar una obra de arte.  

La paradoja se acentúa si pensamos que los medios para producir clones, hoy, existen y son eficaces. La fotografía y el cine digitales, las impresoras láser en 3-D permiten producir objetos idénticos -una técnica y una posibilidad que existe para los libros desde la invención de la imprenta. 

Sin embargo, tal capacidad de multiplicación, a un coste muy bajo, produce vértigo. Es así que se impide legalmente la producción en serie de fotografías digitales, reducidas a unas pocas copias (casi siempre tres) autorizadas; lo mismo ocurre con el video-arte. 

La técnica ya no se pone al servicio de la reproductibilidad, sino de la unicidad. Sirve para alumbrar lo que ningún ser humano logró: una obra irreproducible. Éste es el valor de las obras digitales, del tipo de NFT (¿?), creadas -o "creadas"- como las monedas virtuales. Existen para no ser vistas.

Otra cosa, es que merezcan ser reproducidas. Y contempladas     


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