martes, 16 de marzo de 2021

Signo o icono (o: el apretón)

 


Foto: Josep Bisbe, ESADE, Sant Cugat


Contaba el gran teórico de las artes Arthur Coleman Danto que, aunque una señal (o un signo) pudiera ser indistinguible de una obra de arte -y que incluso una obra de arte pudiera estar compuesta por una señal expuesta en un museo, como tantas veces se ha dado en el arte contemporáneo- existe una diferencia sustancial entre ambas imágenes, aunque aquélla no se detecte a simple vista. La diferencia reside en la manera cómo nos relacionamos con la imagen. Ante una señal, obedecemos a lo que nos ordena, o atendemos a lo que nos señala. Una señal prohíbe el paso, o por el contrario, nos los cede, nos indica que solo podemos desplazarnos en un solo sentido por una vía, nos delimita zonas de aparcamiento, o nos orienta en la dirección que buscamos, ante que otra señal nos avise que hemos llegado a nuestro destino: un juzgado, un hospital o un lavabo.

Una señal es juzgada por la veracidad de la información que brinda. Un error puede ser mortal. Pensemos en las consecuencias de un ceda el paso equivocado, o de un paso de trenes indebidamente marcado. La verdad es el criterio ante el que una señal es evaluada, independientemente de la manera como dicha señal se materialice, del soporte, la pintura y la grafía escogidos, siempre que sean legibles sin posibilidad de error.

Una imagen artística, la misma señal expuesta en un museo, da pie a una relación muy distinta. Su aviso yes irrelevante. De hecho, no nos avisa de nada, salvo de que estamos ante una obra de arte que nos invita a apreciarla y juzgarla tal como se evalúan las imágenes de arte. El soporte, la materia, el trazo -nítido, tembloroso, continuo o discontinuo, a mano o a máquina, directamente o con plantilla, pintado, dibujado, impreso, a tinta, con mina de plomo o pigmentos, pintada, impresa, fotografiada, etc.: distintas maneras de  materializar una línea, cada una de las cuáles dota de un significado a la obra- en este caso son decisivos: son elementos que deben ser medidos. Las cualidades estéticas entran ahora en liza. Una imagen es bella, anodina o fea -o nos despierta sensaciones de belleza, indiferencia o repulsión. Su mensaje no es ni debe ser unívoco. Su lectura no es inmediata ni fácil. Posiblemente, la obra haga referencia a otras obras con las que mantiene un diálogo. Dichas referencias nos pueden permitir encontrar la clave de la obra. Ésta no debe ser obedecida sino interpretaba. Su mensaje está oculto; es ambiguo; la obra puede tener dobles sentidos. Ofrece una mirada compleja sobre el mundo; desvela la complejidad -o la futilidad- del mundo, de modo no evidente. Una obra nos detiene y nos da qué pensar. ¿Qué quiere decir, qué significa? son preguntas pertinentes. La manera cómo dichas preguntas se  nos plantea también es relevante sobre la cualidad de una obra. Las obras de are tienen cualidades. Su visión y su interpretación ni son unívocas ni agotan los múltiples significados que la obra puede poseer. Los teólogos medievales se referían a los múltiples significados de una imagen, desde es más inmediato, hasta el más alusivo, dispuestos por capas.

La señal antes mostrada podría ser una perfecta obra de arte; compleja, de difícil lectura, detiene y no se entrega de manera inmediata. Puede tener múltiples significados. Se asemeja a un jeroglífico, o a una imagen portadora de un mensaje ante no caben sino diversas lecturas, quizá incluso contradictorias entre sí. Desde luego, no deja indiferente, ni se pasa de largo como si no existiera. La complejidad de las líneas llaman la atención.

Pero no es una obra de arte, sino una señal. Ante ella, es mejor no tener un apretón.

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