Ava Gardner llegó al pueblecito marino de Tossa de Mar, en la Costa Brava, hace setenta años, para rodar la extraña y fascinante película, en la que la realidad y la leyenda, el presente y un nebuloso pasado se encuentran: Pandora y el holandés errante (Pandora and the Flying Dutchman, de John Lewin, 1894-1968), un fracaso comercial que, paradójicamente, lanzó la carrera de la actriz.
España, en los años 50, se abrió a la filmación de películas de Hollywood de grandes presupuestos, para tratar de anular el veto de las Naciones Unidas a causa de la dictadura fascista del general Francisco Franco, pese a que la vida de las compañías de cine estaba muy lejos de la dictadura moral que imponía el régimen. El ejército proporcionó extras para las escenas de batallas. Pueblos aislados, castillos medievales y paisajes incontaminados por un turismo inexistente, sirvieron para evocar los imperios chinos, rusos o árabes, o leyendas del medioevo. Se rodaron al menos dos obras maestras, Falstaff, de Orson Welles, y Pandora y el holandés errante.
Tossa de Mar no había sufrido aún el crecimiento turístico. La villa fortificada, el puerto de pescadores, y la playa sin chiringuitos ni barcos de recreo, hicieron de telón de fondo de una historia fuera del tiempo. En Tossa aún se remendaban las redes de pesca en la playa, entre barcas de madera pintada. El acceso a este pueblo se realizaba dificultosamente por un camino de tierra, que serpenteaba sobre los acantilados, desde la vecina Sant Feliu de Guíxols.
Tras este rodaje, al que asistió el amante de la actriz, el actor y cantante Frank Sinatra, la historia de la España franquista, anclada en el final de la Guerra Civil, con cartillas de racionamiento, empezó a cambiar de rumbo.
Una exposición en la Casa de la Cultura de Tossa (a partir del 16 de agosto) conmemorará el setenta aniversario de este rodaje, y la fascinación mutua entre España y Ava Gardner (quien acabaría viviendo un tiempo en Madrid).
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